Opinión | LA RENUNCIA DE BIDEN
Más vale tarde
Empieza una nueva partida y el foco ha cambiado. El aire vuelve a soplar las velas demócratas
Kamala Harris y Joe Biden. / AP
No quería, pero la decisión de Joe Biden de no volver a presentarse es la mejor para el partido y de paso también la última esperanza para evitar el triunfo de Donald Trump. Para llegar aquí ha sido necesaria una campaña interna tremenda desde todas las trincheras demócratas, de Nancy Pelosi, un referente en el partido, a Barak Obama, el icono que logró romper las barreras para conseguir que un afroamericano entrara en la Casa Blanca. La verdad es que se debería haber llegado a este punto mucho antes, pero ha hecho falta un proceso enormemente doloroso para que el presidente acabara aceptando lo que no quería oír: que está mayor, que sus opciones no parecen frenar el ciclón republicano y que mantener el poder lejos del histriónico Trump requiere una energía que ahora mismo él es incapaz de transmitir. Se acabó, entre el partido al que ha dedicado su vida y un grupo de sus mejores amigos le han tenido que decir que conducir no es solo cuestión de tener un carnet, sino tener los reflejos necesarios para intuir por dónde vienen los riesgos y anticiparse. Una buena parte de la sociedad americana y muchos más fuera del país intuían que ya no era así. El debate fue la gota que colmó su vaso, pero ya antes se le veía torpe en el gesto y en el andar y ahí acabó de confirmar que tampoco mentalmente estaba muy en forma.
Biden no pasará a la historia como un mal gobernante. No lo ha sido, aunque ha vivido la división social más profunda de EEUU probablemente en toda su historia. Esta división ha hecho más radicales a los conservadores, más primarios a los negacionistas y más intransigentes a los nacionalistas. La suma de todo ello es lo que puede regresar al poder. El peligro es que el horizonte no solo está muy oscuro para EEUU, la amenaza ultra se expande cuando el inquilino en la Casa Blanca legitima al resto, especialmente en los países occidentales. Más Milei y Bolsonaro, más Orbán o Le Pen, eso es lo que asoma si Trump vuelve. Por eso la cuestión no es por qué se ha tardado tanto. La cuestión ahora es si este revolcón demócrata puede cambiar el signo de unas encuestas obstinadamente en contra. Y la realidad a estas alturas es que nada nos lleva a pensar que un candidato o candidata demócrata, a cuatro meses vista de la elección presidencial, pueda cortar el flujo de aire con el que Donald Trump se ha oxigenado estos últimos días.
Aunque en la convención demócrata en agosto podrían presentarse alternativas, en principio la vicepresidenta Kamala Harris tiene todos los números y un apoyo cada vez mayor. Va a recibir todo tipo de calumnias, que es la manera en que se emplea la campaña de Trump, pero a pesar de lo poco que se ha prodigado sí sabemos que no se amedrenta con amenazas y menos aún sin se basan en noticias falsas. Empieza una nueva partida y el foco ha cambiado. El aire vuelve a soplar las velas demócratas. No sabemos si es posible ganar a Trump, pero hasta este nuevo giro político parecía imposible. Ahora al menos pueden intentarlo. Más vale tarde, que nunca.
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