ANÁLISIS

Cenizas, sardinas y enamorados

La cabeza no da para ocuparse de la exaltación de la pasión, la meditación sobre nuestra condición mortal y el último vino que da fin a las fiestas de la transgresión más antigua

Desfile del Entierro de la Sardina el pasado año.  / JUAN CARLOS CAVAL

Ayer, mientras los enamorados celebraban su día al amparo de los centros comerciales y los carnavaleros enterraban a la sardina acompañados de charangas, en silencio, como corresponde, comenzó la Cuaresma. Aunque parezca mentira, las tres fiestas tienen un nexo de unión: el corazón humano, solo que unos creen que todo se arregla con bombones, flores y una cena especial, y otros se preparan para reflexionar sobre la misericordia y sus pecados. Sea cual sea nuestra decisión, todos somos frágiles y mortales, solo que la mayoría no quiere acordarse. Parece mucho mejor acabar estos días de exceso del Carnaval con una declaración de amor o una charanga que con una cruz de ceniza que nos recuerde la única verdad de nuestra existencia: polvo somos y en polvo nos convertiremos. Miércoles de ceniza, Día de los Enamorados y Entierro de la sardina coincidieron ayer en un día extraño. La cabeza no da para ocuparse de la exaltación de la pasión, la meditación sobre nuestra condición mortal y el último vino que da fin a las fiestas de la transgresión más antigua. Si los Carnavales empezaron a celebrarse para que amos y esclavos, hombres y mujeres, intercambiaran sus papeles, la ceremonia de la ceniza viene a recordarnos que hagamos lo que hagamos, bajará el telón del gran teatro del mundo y todos acabaremos sin próxima función ni posibilidad de otro ensayo.

Demasiadas cosas para tener en cuenta en un febrero loco, en estos tiempos extraños en que nadie quiere sentarse a pensar, porque vivimos obsesionados con la idea equivocada del carpe diem como carta blanca para cualquier exceso. Descartes queda muy lejos (si no pensamos, cómo vamos a existir) y Horacio es el pretexto para lanzarse a un carnaval continuo sin miércoles que nos recuerde que la vida sigue, y no siempre es una fiesta. Mientras, una empresa norteamericana quiere cobrarnos dos mil dólares para que las cenizas de nuestros difuntos se sumen a la órbita de la tierra, y trece mil para que descansen para siempre en la luna. A lo mejor, quitándolas de nuestra vista, como hemos hecho con el recordatorio de nuestra fragilidad, podremos vivir de espaldas a nuestra condición, disfrazados de lo que no somos, enmascarando la realidad como si en verdad quisiéramos transgredir,sin darnos cuenta de que no hacemos otra cosa que mantener el orden establecido.

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