Opinión | LA CARTILLA DE LA DIRECTORA

La calle, los escaños y las inflamaciones

En estos días de ingente tensión política (sí, otra vez), se busca un presidente para España

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo durante un debate en el Senado. / José Luis Roca

En estos días de ingente tensión política (sí, otra vez), se busca un presidente para España. Hay dos con claras aspiraciones de serlo. Uno, el que ya tenemos en funciones, que pretende revalidar en el cargo. Pedro Sánchez. De él hablaremos después. Otro, el que ganó las elecciones y está mandatado oficialmente por el jefe del Estado para ser el primero que se sumerja en un intento de investidura: tiene ganas de cambiar su despacho en la madrileña calle Génova por el Palacio de la Moncloa… pero no tiene números para hacerlo. Alberto Núñez Feijóo carece de apoyos parlamentarios para poder rematar en tiempo récord su aventura al frente del PP. 

Aun así, Feijóo se siente claramente legitimado para acudir al Congreso el 26 de septiembre, levantar la mano y recordar que fue él quien cosechó más votos en las pasadas generales. Para reivindicar que se ve presidenciable. Otra cosa es que resulte razonable que, 48 horas antes de ir al Parlamento para defender ser el presidente, se comporte como un dirigente que opera claramente desde la oposición, convocando una protesta en plena calle. Su decisión de exhibirse como un líder político investible en el Parlamento -pese a no tener los avales- es tan estratégica como entendible. Su determinación de rechazar que se apruebe en este país una ley de amnistía por el 1-O con urgencia y con dudas sobre su constitucionalidad es también estratégica para el jefe de los populares y entendible para un notable sector de ciudadanos. Pero no son compatibles en el tiempo. Una acción devora la esencia de la otra. 

La devora porque da por sentado que las probabilidades de que su principal competidor, Sánchez, se convierta en jefe del Ejecutivo son mucho mayores que las propias. La devora porque enfatiza la inutilidad de su propio intento en el Congreso a dos días de protagonizarlo. La devora porque coloca la calle por encima de las Cortes, donde reside la soberanía nacional, en el momento en que quiere solicitar a sus señorías confianza para ser el máximo responsable del país. Y la devora además porque da casi por descartada una repetición electoral, una opción que no se atreven a asumir ni Sánchez ni el mismo Carles Puigdemont.

Colocarse el traje de posible presidente encima del mono de jefe de la oposición puede hacer saltar las costuras estratégicas del actual PP. Y de su imagen. Por más que el expresidente José María Aznar haya decidido empujar en esa dirección, no estaría de más que Feijóo tuviera una conversación de gallego a gallego con Mariano Rajoy, si es que no la ha tenido ya, para reflexionar sobre el peso que conviene darle a Aznar en las decisiones de la organización. Y el coste que conlleva adoptar la decisión en un sentido o en otro para verse obligado a virar después, cuando se descubre que para su sector popular nunca será suficiente. Rajoy, que lo probó, lo sabe.

El otro aspirante a (volver a) ser presidente, Sánchez, se ha recuperado del covid y retoma ya su agenda política. No obstante, su equipo de confianza ha estado negociando sin demora y sin dar pistas con sus posibles socios de investidura, también con Puigdemont. La polémica amnistía está sobre la mesa. Eso y más. Y con más grupos, que no todo va a ser Junts. La cúpula socialista sale al paso de las preguntas y las críticas internas y externas alegando que, de esta, Cataluña saldrá más fuerte y desinflamada y su relación con España, también. Estupendo. Ese es seguramente un deseo compartido por la mayoría de españoles, a los que tampoco hace falta ocultarles que en caso de que eso ocurra será porque en estos momentos el PSOE buscaba hacer posible una investidura para Sánchez, y no tanto una dosis de ibuprofeno político con mayor o menor efectividad.

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Puede que la investidura de Sánchez, si llega, le dé a España un presidente tras meses de tensión. Puede que le ofrezca a Cataluña o a una parte relevante de la misma cierto sosiego. Se verá. Lo que es augurable es que, si sale adelante, su legislatura será compleja. Solo tiene que recordar los meses que fue presidente tras la moción de censura. Y quiénes impidieron sus presupuestos.  

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