Opinión | VERDIALES

Esos días

Pese a la abulia, al abatimiento que a veces se apodera de mí, ya no me siento culpable por seguir viviendo. Porque, como escribió Raúl Zurita, “la vida es muy hermosa, incluso ahora”

Julia Roberts y Hugh Grant, en una escena de 'Notting Hill' / EPE

Hay días en los que me invade la tristeza y nada puedo hacer para combatirla, para vencer el malestar, incluso físico, subyacente. Es una abulia, un abatimiento que se va apoderando de mí. Es como si la bilis negra hipocrática, causante de la melancolía, de ahí su nombre, melancholĭa, en la voz latina, invadiese cada rincón de mi cuerpo y de mi mente, hasta llegar a paralizarme por completo, de pies a cabeza.

En esos días, únicamente me levanto de la cama porque hay alguien a mi lado que a mediodía me pregunta cómo estoy, más tarde si he comido y, antes de volver a casa, donde yo seguiré, porque es probable que no haya querido salir, qué tal va todo. Son escuetos mensajes, pero representan la forma más extraordinaria del amor: aquella que no necesita de alharacas para manifestarse.

Es paradójico, porque ese cuidado que recibo, esa atención, ese modo de querer, me hace sentir culpable. Sí, culpable de mi debilidad, culpable de dejarme llevar, ante el mínimo imprevisto o sin razón alguna, por el más oscuro de los humores.

En esos días, me enfurruño más de la cuenta, tengo ganas constantes de llorar, me cuesta sonreír y hasta vestirme, casi no hablo y mis habitualmente poco optimistas proyecciones de futuro, incluso inmediato, se vuelven funestas.

Es un estado de desánimo próximo a la depresión, pero no sinónimo de ella. Si estuviera deprimida, no podría estar escribiendo este texto. Porque hoy es uno de esos días, y el mayor peligro, después de tantos años, sigue siendo sucumbir a la tentación del ayuno.

Reconozco que antes, no mucho, pero sí lo suficiente para que haya dejado de ser un síntoma, la mera idea de no comer era más reconfortante, atractiva, estimulante. Ahora es sólo un pensamiento fugaz que logro desechar al poco tiempo de aparecer, probablemente unos escasos segundos. ¿Cómo? Recurriendo de nuevo a la culpabilidad, pero a una culpabilidad muy distinta y bien peculiar, esa que tiene que ver con el placer.

Según el diccionario Oxford, guilty pleasure es “algo, como una película, un programa de televisión o una pieza musical, que se disfruta a pesar de considerar que, en general, no se le tiene en alta estima”.

El placer culpable es como el voto oculto en unas elecciones: esa candidata (o candidato) que arrasa pese a que nadie, o muy poca gente, se atrevió a reconocer que la elegiría antes de la cita con las urnas. Pues lo mismo, pero aplicado al ocio, al disfrute, al entretenimiento y, en definitiva, a la cultura.

La vida es muy hermosa

En esos días, desayuno o meriendo una palmera de chocolate y ceno pizza, si no pido comida japonesa. En esos días, abro la botella de vino, godello o mencía, que reservábamos para la cena que llevábamos tiempo queriendo organizar con esa pareja a la que nunca vemos (y por algo será). Hasta es posible que en esos días pase por el Carrefour de Tirso de Molina y compre ese champán (ojo, tienen marcas muy decentes) que antier me pareció carísimo.

En esos días, leo tiras de Mafalda y de Calvin y Hobbes (gracias, Astiberri). En esos días, hago maratones de Friends y de Las chicas Gilmore y me recreo en mis capítulos preferidos de Dawson Crece, en los que Joey y Pacey terminan enrollándose (mi generación sabe de lo que hablo). En esos días, escucho a ABBA y canto, a voz en grito, con el cepillo de dientes eléctrico a modo de micrófono, Dancing Queen y Mi gran noche, de Raphael.

En esos días, veo Notting Hill y Love Actually, volviendo una y otra vez a la escena en la que el personaje al que interpreta Julia Roberts le dice al pánfilo (en la ficción y en la realidad) de Hugh Grant “No olvides que sólo soy una chica delante de un chico pidiendo que la quiera”, y a la de las tarjetas con declaración de amor final a Keira Knightley: “To me you are perfect”.

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En esos días, dejo de sentirme culpable por seguir viviendo. Porque, como escribió Raúl Zurita, “la vida es muy hermosa, incluso ahora”.

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