SALMAN RUSHDIE

Firmeza ante el terror islamista

El ataque contra Salman Rushdie y el quinto aniversario de los atentados de Barcelona y Cambrils recuerdan que el radicalismo sigue siendo una amenaza

El escritor Salman Rushdie, en una imagen de archivo. / REUTERS

El ataque contra el escritor Salman Rushdie ha coincidido con el quinto aniversario de los atentados del 17-A en Barcelona y Cambrils. Ambos crímenes nos recuerdan que el terrorismo islamista, aunque notablemente debilitado, continúa representando una seria amenaza. Rushdie fue condenado a muerte por Jomeini tras la publicación en 1988 de Los versos satánicos. La fatua fue dictada por el ayatolá por considerar la obra blasfema y ofensiva contra el islam. En el momento de ser apuñalado, el escritor británico de origen indio, de 75 años, llevaba más de tres décadas viviendo bajo la amenaza. Los fanáticos nunca quisieron levantar la fatua contra él. La agresión se produjo por sorpresa cuando Rushdie se disponía a participar en una conferencia y viene a recordarnos que nadie está a salvo del totalitarismo religioso que intenta imponer sus creencias a todos aquellos que no comparten su estrecha interpretación de los textos sagrados. Su método no es otro que sembrar miedo mediante la violencia. El ataque a Rushdie proclama que nadie que ose desafiar a los fanáticos puede estar tranquilo por muchos años que transcurran y se encuentre donde se encuentre. 

El intelectual se recupera de sus heridas en un hospital de Nueva York, y cuando recibió doce puñaladas de manos de un libanés de 24 años, se disponía a hablar del papel de Estados Unidos como asilo para escritores y otros artistas en el exilio y hogar para la libertad de expresión creativa.

También los atentados de Barcelona y Cambrils en 2017 tienen como meta atemorizar a quienes los radicales consideran infieles: los no musulmanes y los musulmanes que no comparten sus creencias sesgadas y extremistas. La mejor respuesta que los demócratas y las sociedades democráticas pueden dar al terrorismo islamista pasa, en primer lugar, por mantenerse firmes ante la amenaza, algo fácil de escribir pero difícil de llevar a cabo cuando la vida puede correr peligro. En segundo lugar, se trata de no permitir que el terror condicione nuestras vidas y de no dejarnos amedrentar por los violentos.

El apuñalamiento de Salman Rushdie y los atentados de hace cinco años en Barcelona y Cambrils son una muestra de lo que es capaz de hacer el radicalismo islamista para cercenar y, a la postre, intentar acabar con los valores que fundamentan nuestras sociedades democráticas. Eso debería recordarnos la dimensión extraordinaria de lo que está en juego. Son muchas las generaciones de hombres y mujeres que han luchado, sufrido y perdido la vida por defender los valores y principios que sostienen y hacen posible nuestras sociedades democráticas. Entre ellos están el derecho a pensar y expresarnos libremente. Ningún tipo de desazón o relativismo posmoderno debería conducirnos a desatender tales valores y principios. Menos todavía a subestimarlos o desdeñarlos. 

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