Judo
Los demonios y la paz del sargento Fran Garrigós, el militar que conquistó el bronce
El judoca de Móstoles, campeón del mundo en 2023 y de Europa, es la gran esperanza de España para llevar un vacío de 24 años sin medallas olímpicas
Militar de formación en la reserva, se planteó dejar el judo después de perder su primer combate en los Juegos de Tokio
El judoca español Fran Garrigós, en la Villa Olímpica. / Europa Press
Fran Garrigós (Móstoles, 9 de diciembre de 1994) levanta una ceja. Observa con aire tranquilo cómo le miran en la Villa Olimpica. Incluso da la impresión de que es capaz de abstraerse de todo, aun sabiéndose uno de los centros de atención de la delegación española en estos Juegos. Con apenas 160 centímetros de estatura y mandíbula de granito, el judoca, en su burbuja mental, desvela cierta ternura con su mirada.
"Si es algo que no puedes controlar, que no depende de ti, no merece la pena centrarse en ello. Porque no puedes hacer nada. Es así. Es como cuando vas con el coche y hay tráfico. No puedes hacer nada. Haber salido antes. Solo me da miedo no rendir", le dice a este periodista, bien recto, sin mover un músculo. Si acaso, los párpados.
Fran Garrigós, militar de formación -es sargento reservista del Ejército del Aire y del Espacio- y graduado en Ciencias de la Actividad Física y Deporte con un Máster MBA en Gestión de Entidades Deportivas, ha tenido que lidiar con los peores demonios que pueden acechar a un deportista: la incertidumbre, el vacío. En sus primeros Juegos Olímpicos, en Río, perdió en su primer combate. En sus segundos Juegos Olímpicos, en Tokio, perdió también en el mismo amanecer. Sí, en el primer combate. Y Garrigós sintió que la luz se le apagaba.
Redención
Cuando este diario le pregunta por el día después, por la redención, por el peso y la consecuencia de perder en el mismo amanecer, Garrigós no vacila. Vio lo profundo que puede ser el barranco, pero lo asume.
"Sí, me pegó el bajón. Después de Tokio no sabía si iba a seguir o no. Pero hubo una competición [el Grand Prix de Portugal, en enero de 2022], en la que no estaba preparado, pero que necesité hacerla para saber si tenía que seguir en esto. Si entonces no hubiera tenido ganas, lo hubiera dejado. Hubiera seguido entrenando judo, porque es mi vida, pero no compitiendo...". Entonces, fue eliminado en cuartos. Pero el resultado no era lo importante, sino redescubrir la llama perdida: "Me dio la energía. Vi que quería seguir intentando ser mejor cada día. No solo en el judo, sino en la vida".
Fran Garrigós se sabe con muchos ángeles de la guarda. Los que le rescataron de sus tiempos oscuros. "Llevo trabajando con Pablo del Río, mi psicólogo personal, desde hace más de 12 años. Empecé con él en el CAR. Es muy importante para mí para saber de lo que tengo que preocuparme, de lo que depende de mí".
El Dojo Quino
Y, claro luego está Quino Ruiz, su maestro en el Dojo Quino de Brunete, cuna de tantos, y también del sueño olímpico de Niko Sherazadishvili, doble campeón del mundo que en Tokio también gestionó la decepción, y que en París retomará su lucha, aunque ahora en la categoría de -100 kilos.
Pero, claro, hasta el bronce de Garriós en París, hacía 25 años que el judo español no lograba una medalla olímpica. Ese deporte por el que se desviven tantísimas niñas y niños, y que encuentra un muro invisible en la adolescencia. Quienes lo saltan, tienen el porte de los elegidos. "Antes de llegar a París, quizá no era tan consciente de esto [de la atención generada]. Pero parece que sí que tengo posibilidades de conseguir una medalla", admitía Garrigós a este diario antes de la competición.
El último metal español lo logró Isabel Fernández en Sidney 2000. En Atlanta 96, la misma Isabel Fernández ya se había llevado el bronce, como Yolanda Soler; mientras que Ernesto Pérez consiguió la plata. Y en el éxtasis de Barcelona 92, quienes hicieron historia fueron Miriam Blasco y Almudena Muñoz con sus legendarios oros olímpicos.
Y Fran Garrigós, vigente campeón mundial, triple campeón europeo, -"cualquiera de los 25 de los que luchan en mi categoría, 60 kilos, puede llevarse el oro", decía-, ni podía ni quería esquivar la atención. Cuando el COE lo sentaba junto a sus compañeros, se quedaba con el puesto central. Pero él sólo levantaba la ceja. Miraba al frente. Estaba en paz. En su mundo. Intuía lo que podía pasar en París.
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