VIOLENCIA DE GÉNERO

"Ahora si discuto agacho la cabeza, me voy, e intento relajarme"

Más de 200 hombres condenados por violencia de género pasarán por el programa PRIA-MA este 2022. Este periódico conoce a dos de ellos y explora con varias voces las raíces de la violencia machista

Luis Miguel Gallego, que ha cumplido pena por violencia de género, habla con María Ángeles Sánchez, subdirectora del Centro de Inserción Social Dulce Chacón. / LORENZO CORDERO

"Lo que hice estuvo mal hecho. Estaba en un mundo en el que no tenía que estar, bebido y drogado, tuvimos una discusión fuera de órbita". Era una noche de agosto de 2016 cuando Luis Miguel Gallego, que hoy tiene 36 años, agredió a su entonces chica. "Cuando se me pasaron los efectos, lo asimilé", reconoce. Entró en prisión preventiva hasta 2018 y en 2020 ingresó por violencia de género, delito que se unía a otras penas menores. En abril consiguió el tercer grado: "Pero no estaré libre hasta que se me quite todo lo que tengo encima", dice mientras muestra el dispositivo de control con el que se aseguran que cumpla la orden de alejamiento. Gallego ha rehecho su vida, trabaja como camarero en Plasencia y cría a tres niños junto a la que ahora es su esposa. "Son un niño y dos niñas, los tratamos por igual, que hagan las cosas bien y que no vivan cosas que no tienen que vivir", asegura Gallego. Él sigue además un control de consumo para no recaer en el alcohol ni en las drogas: "Desde que entré en la cárcel dije que no quería más", afirma. Fue su entrada en prisión también una suerte de escuela para él, que culminó en el Centro de Inserción Social Dulce Chacón de Cáceres, un lugar que sirve como puente entre los internos en el centro penitenciario y la vuelta a la sociedad. "He aprendido a saber llevar las situaciones. Ahora si discuto, agacho la cabeza, me voy, e intento relajarme. Yo llevo a mi mujer y ella me lleva a mí", explica Gallego.

El programa del que habla es el PRIA-MA (Programa de Intervención para Agresores por Violencia de Género en el Medio Abierto). Un curso que dura aproximadamente diez meses en el que se enseña a estos hombres a gestionar y manejar sus emociones y a construir relaciones de pareja saludables. "De fondo hay un problema psicopatológico. El perfil de los agresores el de hombres que son dependientes emocionales, con una baja autoestima y baja tolerancia a la frustración", describe María Ángeles Sánchez, psicóloga y subdirectora del centro. Una vez finalizado el programa, hay una fase de seguimiento que dura varios meses. "Es un trabajo continuo del individuo. Es como cuando te sacas el carnet, ¿aprendes a conducir? Sí, pero siempre se pueden cometer fallos. Ahora bien, los datos que tenemos nos dicen que los hombres que no siguen el programa reinciden en un 21%, cifra que sube al 35% según el testimonio de las víctimas, mientras que el porcentaje de hombres que recaen en esta conducta tras pasar por el PRIA-MA es del 8%. Eso nos indica que, al menos, algo se está haciendo bien", repasa Sánchez.

En cuanto al perfil de los agresores, suelen ser mayores de 40 años, un 57% de ellos tiene problemas con el alcohol y en sus modelados de conducta el padre destaca como una de las influencias: en al menos un 15% su progenitor también tenía una conducta violenta. Cabe destacar que el programa está dirigido a condenados como máximo a un año de penas privativas de libertad. Es decir, no incluye casos graves o delitos de sangre.

La fase más complicada del proceso es la inicial, expone Sánchez, cuando llega el momento de asimilar y reconocer el porqué se está allí: "Para el ser humano es muy importante parar, ese proceso de reflexión. Es como cuando un niño se porta mal y lo sacan de clase, para que se calme y piense en su comportamiento. Lo primero que nos encontramos es el perfil de atribución externa, es decir, eso de ‘la culpa es del otro’. Por eso es muy importante darles instrumentos y recursos para que puedan asumir su responsabilidad, que vean lo que les ha quitado su comportamiento y así motivarlos", cuenta esta psicóloga.

En el caso de Gallego, recuerda emocionado "lo mal" que lo pasó su madre: "Sufrió varios ictus mientras yo estaba aquí. Yo me he hartado de llorar muchas veces por tener a mi familia lejos. No quiero que otras personas pasen por lo que yo he pasado", afirma. Asegura además que el programa le ha ayudado no solo a él, sino a personas de su entorno: "Aprendí sobre el ‘bullying’, que ahora sufre el hijo de mi pareja por ser homosexual, yo le apoyo y le ayudo. Somos todos iguales, hombres y mujeres, y cada uno con nuestra condición", afirma. Además, asegura que no se considera un hombre machista y que no guarda sentimientos de ningún tipo hacia la chica que agredió: "A mí me gusta fregar, lavar, no tengo ningún problema y me reparto las tareas con mi mujer. Sí que habría que corregir muchas cosas en la sociedad. En cuanto a la chica, he cerrado esa puerta. Que lo sé, que lo hice mal, pero si estuviera pendiente no tendría vida. Y lo que tengo es que evitarla a toda costa. Si algún día me cruzó con ella, seguiré mi camino, y si ella viene a mí, yo me iré o, si no me dejara, llamaré a la policía", afirma. "Yo estoy centrado en mi vida, en mi casa, mi trabajo, mi mujer y mis hijos. Quiero disfrutar con mi familia todo lo que pueda", añade.

Junto a Gallego también da su testimonio otro hombre condenado por violencia de género que prefiere mantenerse en el anonimato. Rememora cómo una discusión doméstica durante la borrasca de Filomena fue el detonante que rompió definitivamente "un amor mal entendido, el no saber lo que es una relación saludable". "No funcionaba el calentador. Nos pusimos a discutir y le di un cabezazo a mi mujer", dice. Además apunta: "A ojos de los demás, éramos una pareja ideal, llevábamos 30 años juntos, con dos niñas... Pero a veces estás al lado de alguien por inercia y hay que aprender de los errores", cuenta. Entre lo asimilado durante el programa enumera la importancia de tener y trabajar la autoestima, contar con una educación emocional para saber vivir en pareja y las amistades que ha forjado con otros compañeros: "Hemos aprendido mucho unos de otros".

Más recursos

Sánchez les acompaña, satisfecha, pero reconoce que en ocasiones se sienten "desbordados". Solo en el Dulce Chacón hay 90 hombres pendientes de hacer el PRIA-MA, una cifra que se une a los 80 de la otra Subdirección General de Medio Abierto y Penas y Medidas Alternativas de la región, ubicada en Badajoz, que sirve de apoyo a la del Dulce Chacón. Además, este programa también se realiza en Talayuela, donde en agosto terminaron 13 condenados y en este momento lo cursan 17. El mismo lo lleva la Asociación CUPIF (Intervención terapéutica en prisiones con psicólogos voluntarios especializados). Otras organizaciones que también apoyan al servicio de gestión de penas son Cruz Roja o Amadrovi. «Lo ideal sería tener un psicólogo por caso, pero eso es imposible, a veces tenemos que acortar ligeramente el tiempo de los programas para asumir más personas», reconoce Sánchez. Si se suman los hombres que han realizado este programa y los que finalizarán antes de que acabe el año, son 209 en total este 2022. 

Además del PRIA-MA, en Extremadura se imparte el Taller Regener@r, para hombres condenados a trabajos de servicios comunitarios o a menos de un año. Se trata de diez sesiones en círculo psicoeducativas para disminuir la reincidencia, de dos horas semanales en alrededor de dos meses y medio. En Cáceres 25 personas lo han realizado este año y en Badajoz actualmente lo siguen diez en la modalidad presencial y ocho en la telemática. En el Dulce Chacón también están implantados los programas PCAS, para controlar las agresiones sexuales, y Fuera de Red, contra la pornografía infantil. Por ellos han pasado diez hombres este 2022. Del conjunto de programas que se imparten en este centro de reinserción para todos los delitos, alrededor del 30% de los condenados que siguen alguno lo están por delitos relacionados con la violencia de género.

Transversalidad

"A mí el PRIA-MA me ha ayudado mucho, pero ojalá haber podido aprender todo esto antes de que pasara. Debería haber un servicio preventivo, no sé si público, privado o cómo, pero para ayudar a parejas", dice el anónimo. Sánchez corrobora en cierto modo esa visión: "Si el problema es el hombre, el hombre está desamparado. Debería haber unos puntos de prevención, igual que los hay para adicciones. Nosotros estamos paliando unas consecuencias cuando realmente la Justicia debería ser el último tramo".

Sánchez alude a la educación sexista en la que "el varón tiene que proteger y no llora". Ella entró como psicóloga en el centro en 2009 y desde 2010 es la subdirectora, y en estos años ha podido comprobar una tendencia preocupante: "Cuando empezamos con esto, el perfil del maltratador era el tradicional, algo que se mantiene, pero lo que también vemos es cómo empieza a entrar cada vez gente más joven, con conflictos de pareja en donde la violencia es un vínculo. Esto denota que faltan unas pautas de habilidades sociales y que nos encontramos a chicos con mucha impulsividad", expone. 

Esta psicóloga señala además ciertos valores y patrones culturales que aún permean la idiosincrasia de una región como Extremadura: "El hecho de que haya delitos de violencia de género pero, en general, no sean tan graves y haya menos asesinatos que en otras regiones muestra que lo que continúa es un patrón cultural modelo del hombre que se encarga del campo, conservador, con unidades familiares más clásicas. Aquí hay más gente mayor y la evolución económica y social es más lenta, tenemos un nivel socioeconómico menor y eso influye", afirma.

Otras voces

No encuentra tanto contraste en este sentido la socióloga Teresa Alzas: "No veo tanta diferencia entre el entorno rural y el urbano en el sentido de que nuestra cultura en ambos es machista y, por tanto, las creencias, tradiciones, valores, que transmitimos son estos, en el pueblo o en la ciudad", afirma.

Si bien la labor realizada en el Dulce Chacón es un bálsamo y una forma de evitar episodios de violencia machista, lo cierto es que este tipo de comportamientos tienen como base una raíz más profunda que este periódico explora con Alzas y otras voces."En la infancia los roles de género no están tan marcados, somos nosotros, los adultos, los que les vamos haciendo conscientes de las diferencias y ellos empiezan a asimilarlos y asumirlos", desgrana Alzas.

"La relación que tenemos con la violencia nos marca desde la cuna, por eso es fundamental desterrarla del proceso educativo de los niños", opina por su parte Miguel Ángel Carmona del Barco, escritor y autor de Alegría, una novela que recrea una relación de maltrato en una pareja joven: "Yo manejo el concepto de ‘surco’ que todos los padres cavamos bajo los pies de nuestros hijos, al trasmitirles nuestros traumas, miedos... Y cuando crecen no pueden sacar los pies de esos surcos. En la novela le ocurre a Alegría y también a Mario, a su agresor. Es muy importante quitarse ese miedo a intentar comprender, lo cual no significa justificar, pero los agresores o los verdugos no se reproducen por esporas, hay que empezar a pensar de dónde vienen y a trabajar sobre ello", defiende.

En este ir al origen concuerda Ana Yáñez, psicóloga y sexóloga: "Tienen un gran peso los valores culturales y la educación que recibimos. Vivimos en una sociedad patriarcal en la que tenemos que luchar contra esa relación desigual que hay entre el hombre y la mujer. Hay una serie de ideas que vamos interiorizando inmersas en la disyuntiva de dominación-sumisión, en la que la dominación corresponde al hombre y el ser sumiso a la mujer. Esto va desde lo simbólico, en los micromachismos, hasta la violencia más extrema como son los asesinatos", desgrana.

De esa disyuntiva habla también Alzas: "En función de nuestro sexo se nos adjudica unos roles de género en el que el masculino está por encima del femenino", describe. Esta socióloga añade además otra dialéctica: "En nuestra cultura permanece esa doble moral en cuanto a la sexualidad: no se juzga igual a un chico que a una chica, en cuanto a sus relaciones, a su modo de vestir... Siempre les advertimos a ellas: no hagas esto, no vayas por esa calle... Las mujeres crecen en un entorno hostil", narra.

"La violencia contra la mujer desde el punto de vista histórico y filosófico tiene una raíz patriarcal: no hay ningún fundamento natural que haga que el varón agreda a la mujer, es algo totalmente cultural y viene de la consideración de la mujer como un ser inferior. La antropóloga francesa Françoise Heritier llegó a decir que ‘la humanidad es la especie más estúpida: es la única donde los machos matan a las hembras’", dice Inma Morillo.

Esta profesora de filosofía especializada en Estudios de género se remite a Grecia: "La Ilíada, con la que nace la cultura occidental, empieza con el sacrificio de Efigenia, hija de Agamenón, como ofrenda a los dioses para así ganar la Guerra de Troya, y también se cierra con el sacrificio de otra mujer, Políxena, que fue decapitada por su propio hijo sobre la tumba de Aquiles", cuenta. "También el Antiguo Testamento está plagado de textos en los que se normaliza, naturaliza y hasta institucionaliza todas las formas la violencia hacia la mujer", añade. "Las mujeres siempre hemos estado en la posición subordinada. El patriarcado recorre toda nuestra historia y cultura y además siempre se reinventa y encuentra poderosos aliados, que hoy serían el neoliberalismo y el capitalismo", incide.

Educación

A pesar de la larga historia en contra, Morillo cree que hay solución: "Definitiva no lo sé, pero las únicas armas que tenemos son las leyes y la educación". Es en este último concepto en el que también insisten Alzas, Yáñez y Carmona, que hablan de la escuela como "la clave", aunque no la única.

La socióloga pone como paradigma el cuento de La Bella durmiente, que realmente es una alegoría de la violación: "Hay que romper con el mito del amor romántico, desterrarlo de nuestra cultura. Tenemos que cuestionarnos como sociedad también, por qué en cierto modo estamos legitimando la violencia contra la mujer y reflexionar. Es muy importante la coeducación en los centros, pero también en los medios de comunicación, en otros agentes socializadores", describe.

Y entre estos agentes, sobre todo para los más jóvenes, internet y las redes sociales han irrumpido de manera excepcional: "Estamos un poco desorientados como padres, porque estamos comparando sus códigos con los nuestros. No creo que los jóvenes de hoy sean más machistas, en nuestra época, si tenemos memoria, podemos recordar barbaridades", opina Carmona. Morillo, que es profesora desde hace casi 20 años, por su parte cree que depende "de cada generación e incluso de cada año". Aunque ambos corroboran que hay una cierta "corriente ultraconservadora" y "negacionista", que no quiere "escuchar", pero, por el momento, son minoría.

Lo que sí se ha ido extendiendo a la mayoría es el acceso a contenidos pornográficos a través de internet, tal y como alerta Yáñez: "La edad de acceso a estos contenidos se ha adelantado a los ocho años. Hay ciertas cuestiones que les generan curiosidad. Si no tienen un adulto de confianza que les explique, van a recurrir a través del móvil o la tablet a las webs, y ahí van a encontrar cosas sin filtro y sin el criterio madurativo adecuado", avisa. "Van a encontrar una pornografía de fácil acceso y gratuito como modelo de referencia. Un modelo de referencia desigual, con cuerpos estereotipados y prácticas violentas. Y esto va a marcar al menos sus primeras relaciones sexuales y también de pareja", añade. Alzas por su parte apunta a que hay "un vacío peligroso" en cuanto a la educación sexual: "Tradicionalmente eran las religiones las que marcaban a la población el modo de relacionarse sexualmente. En nuestra sociedad eso quedó desfasado pero no hemos llenado ese hueco, que lo ha ocupado internet y el porno. En ese sentido estamos llegando tarde y mal", lamenta. Un modelo de relación asimétrico en lo íntimo se extiende a lo social, resumen ambas. "La pornografía es una escuela de violencia contra la mujer", incide Morillo, quien además subraya que el cuerpo de la mujer se sigue viendo como un objeto. "Por eso permanece la violencia, no solo el maltrato, sino también por ejemplo la prostitución, y aparecen otras nuevas, como los vientres de alquiler o el ciberacoso". Las redes sociales, señalan estas tres voces, se han convertido en otro entorno peligroso para las mujeres, al reproducir los patrones insertados en el mundo no digital.

El hombre

"Yo creo que el primer paso del hombre en esta batalla es reconocer la culpa propia. No solo como agresores, que de una manera u otra lo hemos podido ser, sino de ser conscientes de nuestros propios privilegios. Así también nos quitaremos de encima todo lo que nos coarta el patriarcado. Para mí el reto del hombre del siglo XXI es comprender qué es ser mujer. Pero es un camino que tenemos que recorrer juntos, porque en las mujeres también hay machismo. Es un cambio que tenemos que hacer como sociedad", pide Carmona.

"Necesitamos una reeducación y una reestructuración del sistema en todos los ámbitos", afirma por otro lado Estrella Santiago, abogada penalista.

Esta letrada cree que programas como el PRIA-MA son "buenas herramientas", aunque evidencia que el éxito, en el cómputo general, no es tan alto cuantitativamente: "Funciona en algunos casos pero no está dirigido a hombres con delitos de sangre o más graves. Estos sujetos tienen ideas machistas y no sienten esa empatía. Aún así se pueden valorar en positivo, se van haciendo cosas poquito a poco pero aún nos queda camino".

En este sentido, Santiago alude a la polémica generada en las últimas semanas por la Ley del ‘solo sí es sí’: "Es una norma que precisamente está pensada para realizar una reeducación social completa, no solo del investigado, sino para abordar estas violencias en todos los ámbitos sociales, porque necesitamos una reestructuración. Y, sin embargo, ha pasado lo que ha pasado", deplora. "Pero era un buen inicio, como lo fue la Ley de 2004 contra la Violencia de Género. Cómo vaya a funcionar en el futuro no lo podemos prever, porque no tenemos una bola de cristal", matiza.

Santiago pone en valor el "inmenso trabajo" de los psicólogos y "grandes profesionales" que trabajan en este tipo de programas: "Ten en cuenta que la cárcel es un hervidero. Los cursos que se hacen propiamente dentro de prisión están vacíos o estos individuos van medio obligados. Muchos están deseando de salir de allí para ir a por ella. Por eso, si no quieren modificar ciertos valores de la relación hombre-mujer es muy difícil", apunta. "Si los sujetos no pudieran cambiar, evolucionar, mi trabajo no tendría sentido", tercia por su parte Yáñez.

Para muestra está Gallego. A falta de esa bola de cristal a la que aludía Santiago, este antiguo preso hoy reinsertado asegura que ha aprendido la lección y defiende que todo hombre puede cambiar: "A mí me parece que la violencia es un poco como el alcohol o las drogas. Si de verdad quieres, la dejas", sentencia.