EXTREMADURA

El relato de dos refugiados de la antigua Yugoslavia en Cáceres: “Esto nunca es tu casa”

Jasmin Meši y Fella Custendil fueron jóvenes bosnios que llegaron a la ciudad extremeña a mediados de los años 90

Fella Custendil, de 47 años, y Jasmin Meši, de 43, en el paseo de Cánovas de Cáceres. / SILVIA SÁNCHEZ FERNÁNDEZ

Un día llegó al colegio y faltaban 15 en clase. Estaba en 8º de EGB. Fue entonces cuando se enteró de que esos compañeros eran serbios, sinónimo de ortodoxos. Él, supuestamente, musulmán. Aunque su familia nunca había sido ni creyente ni practicante. "Íbamos a la mezquita de cachondeo". Pero esa diferencia de religiones fue el alimento. De repente, distintos. "¡Eran nuestros compañeros!".

La historia la cuenta Jasmin Meši, acompañado de Fella Custendil. Ahora tienen 43 y 47 años. Son bosnios afincados en Cáceres. Llegaron a mediados de los noventa huyendo de la realidad de la antigua Yugoslavia; se alojaron con dos familias cacereñas que fueron sus hogares de acogida.

Como siempre ocurre en una guerra, de un golpe tuvieron que asumir el pánico, la ansiedad..., a saber cómo esconderse en un bombardeo. "Pero después pierdes el miedo porque no puedes estar con la pena siempre. Hasta te diviertes en el sótano jugando a las cartas, éramos críos", dice Fella. "Yo recuerdo que mi padre se quedaba en el balcón fumando viendo las granadas caer. A los meses yo ya hacía lo mismo", cuenta Jasmin. "El primer día de la guerra es el peor, pero el segundo piensas: he sobrevivido. Y la vida sigue", apunta de nuevo Fella.

"La vida sigue". Es una frase que repiten casi como coletilla.

De un golpe tuvieron que asumir el pánico, la ansiedad, a cómo esconderse en un bombardeo

La conversación transcurre en el paseo de Cánovas. Cuando se quedan a solas, hablan en bosnio, su lengua materna. A los dos se les ilumina la cara. Ríen a carcajadas. Vuelven a saborear las raíces. Los recuerdos, la tierra, también el desarraigo. Hace casi tres décadas que partieron.

Proceden del mismo barrio de la ciudad de Tuzla, al norte del país (unos 120.000 habitantes, 10.000 menos que antes de la guerra). En la plaza principal conviven aún una mezquita y una iglesia.

Esos 15 compañeros de clase que desaparecieron se marcharon con sus familias "al otro lado, desde donde nos atacaban". A la zona tomada por el Ejército serbio.

Jasmin y Fella, como otros tantos miles de adolescentes y jóvenes, tuvieron que aprender a ser refugiados lejos de sus padres. Madurar en un pestañeo. Ahora ven las imágenes de Ucrania y rememoran su propia historia. Se revuelven. "Siempre es lo mismo. Pueden pararlo y no lo hacen. Es el interés político y económico. Es un negocio", coinciden. Estas son sus historias.

El conflicto

La guerra en la antigua Yugoslavia (empezó en 1991), desintegró al país. El nacionalismo siempre en la sombra. Bosnia vivió la parte más sangrienta. Fella lo resume así: "En Serbia la mayoría son ortodoxos, en Croacia católicos, pero en Bosnia no solo hay musulmanes, estamos muy mezclados".

Tuzla fue sitiada por las fuerzas nacionalistas serbias. "Nos atacaban desde la montaña. Primero lanzaban las bombas a las horas en punto o y media. Después, cuando aprendimos a escondernos, eran a y cuarto y menos cuarto. Un machaque psicológico, todo el día mirando el reloj. Además, hay sirenas que te avisan, pero casi siempre suenan cuando ya han caído dos o tres...", relata Fella.

"Estuvimos dos años aislados del mundo, no entraba ni salía nada. Sin luz, ni agua, ni comida... Un kilo de azúcar costaba lo que ahora serían 25 euros. Y un paquete de Camel, si lo encontrabas, 20 euros", cuenta Jasmin. "En la guerra hay toque de queda pero no como aquí en el confinamiento; si te pillaban en la calle fuera de hora ibas directamente a la cárcel". 

Los padres de ambos eran amigos y trabajaban en una multinacional serbia; perdieron el empleo.

El periplo

Jasmin cumplió 15 años en la frontera de Eslovenia con Croacia. A esa edad ya medía 1,96. Cruzaron andando, de noche, fue idea suya. Pero antes ya había vivido un periplo en autobús desde Tuzla a Zagreb. Un viaje de casi 30 horas por caminos de montaña controlados por el Ejército bosnio. Había que ir sin luces, aunque hubiera oscurecido, para evitar a los posibles francotiradores.

Salió hacia Cáceres con su hermano pequeño de ocho años, al que llevó en brazos casi todo el tiempo. Cada cual se iría con una familia de acogida diferente. De los primeros recuerdos que tiene es que nadie hablaba inglés; tuvo que aprender el idioma a marchas forzadas. "Ser refugiado es muy duro". Él no quería venir. "Mi madre me lo intentó vender como una oportunidad de estudiar, de futuro, pero eso era la máscara, ella lo que temía era que me mataran".

Eran vecinos en Tuzla y lo volvieron a ser en Cáceres. Ahora sus hijas van juntas al colegio

Cuando llevaban aquí año y medio más o menos, llamó a su casa para pedirle que se llevaran a su hermano de vuelta. "Él era más pequeño y es que ya no se acordaba ni de su padre ni de su madre".

Jasmin se quedó. Estudió en el IES Norba Caesarina, después hizo un FP en el Ágora. Ahora trabaja en una empresa de fábrica de puertas en Las Capellanías, un empleo que compagina con su faceta artística como parte de la banda Los Niños de los Ojos Rojos. Se enamoró de una cacereña, tienen dos hijas, 8 y 11 años. "Me da pena que no hayan aprendido bosnio". La mayor tiene la misma edad y va a la misma clase que la hija de Fella, que de igual forma ha montado su propia familia cacereña.

La historia de Fella es diferente. Él se marchó del país por necesidad de tratamiento médico. Fue en la masacre de Tuzla, al final de la guerra, el 25 de mayo de 1995, una tarde en la que se reunían en la calle. "Como si tiran una bomba en la plaza Mayor cuando se hacía botellón". 72 jóvenes muertos y más de 200 heridos. Ambos perdieron a varios amigos. Se les pone la piel de gallina cuando lo recuerdan. Fella fue uno de esos heridos. La explosión le quedó a solo 10 metros. "Es un milagro que esté vivo", dice Jasmin.

Tuvo roturas en varios huesos del pie derecho, metralla en un hombro y lo peor que, por la detonación, no escuchaba bien.

"Gracias a la bomba salí del país", ironiza. Por su edad estaba obligado a hacer el servicio militar. Realmente su destino era Alemania, donde estaban sus dos hermanos, pero terminó en Cáceres, donde le intentaron dar tratamiento en el Hospital Virgen de la Montaña. Tuvo poca solución.

Todavía sigue con un pitido constante, "es como si hubiera una abeja ahí 24 horas". "En todas las revisiones médicas se asustan, yo les digo que es normal...".

"Por la noche o cuando estoy solo -continúa- ese pitido hace que se rebobine todo en mi cabeza como una película. Hubo gente que perdió las dos piernas... Me explicaron que depende de la postura, así son las consecuencias. Cómo iba a estar yo preparado para mantener la boca abierta cuando estallara la bomba...".

Fella y Jasmin hablan en bosnio cuando se quedan a solas. / SILVIA SANCHEZ FERNANDEZ

Fella llegó a Cáceres con 19 años. Cuando se reencontró con Jasmin ambos no podían parar de llorar ni de hablar bosnio día y noche. Volvían a ser vecinos. Fella también estudio un FP en el Ágora. Trabaja de informático en una empresa de transporte internacional.

Dice que ahora celebra dos cumpleaños, el habitual y el día que sobrevivió a la bomba, ese 25 de mayo, que casualmente es también el cumpleaños de su mujer.

Ahora, Ucrania

Al hablar sobre la situación de Ucrania, Fella expresa: "A nosotros al menos nos atacaban desde fuera, pero cuando las tropas entran en tu ciudad, te tienes que ir. Nadie quiere dejar su casa pero es que no te queda otra. Te torturan, te violan, matan a tus hijos delante de ti... Los que atacan van borrachos y drogados, porque si no, no son capaces".

Los recuerdos los sacuden: "Mi madre me contó que mi padre pasaba hambre para que yo comiera", narra Jasmin. Fella dice con la cabeza que el suyo también, y no puede evitar que se le humedezcan los ojos: "Es muy duro eh", expresa. "Colas a la cinco de la mañana para un trozo de pan... A veces parecía el siglo XV porque hacíamos trueques, no había dinero. Nos mandaban alimentos y medicinas caducadas y después salía en la tele la ayuda humanitaria a Bosnia...".

"Mandaban comida y medicinas caducadas; pero en la tele salía la ayuda humanitaria..."

Fella Custendil

Bosnio en Cáceres. 47 años

"Por eso me cuesta mucho ver a la gente que tira comida o la deja en un restaurante -apostilla-. Soy incapaz de hacerlo. Eso no se olvida". Jasmin asiente. Y a continuación manifiesta: "Es que mi padre tenía mi edad cuando perdió el trabajo, se tuvo que alistar y mandar a sus hijos fuera. Yo lo pienso y sería incapaz". 

"Ahora la guerra sí me da miedo, es que vives minuto a minuto porque no sabes qué va a pasar. Éramos solo ganado. Pero lo cierto es que los humanos estamos preparados para todo...", apunta Fella.

La ayuda

Ambos sienten gran agradecimiento por sus familias de acogida. "Eso no se olvida". "Por eso yo ahora me pregunto que por qué no me he ido a la frontera de Polonia a buscar a refugiados, con lo que me han ayudado a mí. Pero claro, no quiero perder mi trabajo, tengo a mis hijas...", reflexiona Jasmin. "A esos políticos que dicen que no se actúe de manera individual, que se haga por los cauces oficiales, me gustaría verlos huyendo de una guerra, a ver qué pensarían... Porque cada día que pasa te estás jugando la vida. Y no hay tiempo que perder, no se puede esperar. Lo que hay que hacer es auxiliar a esas personas que llegan y a las que han ido a por ellas".

"Mi madre me contó que mi padre pasaba hambre para que yo comiera"

Jasmin Meši

Bosnio en Cáceres. 43 años

Cuando se les pregunta que cuánto tiempo les ha costado sentir Cáceres como su hogar, responden casi al unísono: "Esto nunca es tu casa. La tratas como tal, pero nunca lo es". ¿Fue la mejor salida? "No vamos a ser hipócritas ni mucho menos, tenemos una buena vida", dice Jasmin. Pero ambas miradas se entristecen. Ellos no querían marcharse. No les quedó otra. "No puedes hacer planes en la vida", resume Fella.

Sus padres fallecieron casi a la vez, en apenas dos meses, en 2020, el año de la pandemia, y asegura que ahora le costaría mucho volver a Tuzla. "Sería para visitar el cementario...", se lamenta.

El padre de Jasmin también murió, hace 11 años, pero su madre sigue en su ciudad. Precisamente hoy mismo estaba previsto que llegara a Tuzla para pasar unos días con su familia después de tres años. "Mi madre va a flipar con sus nietas", expresa con inmensa alegría.

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