Recordarán los madridistas varias ediciones del trofeo Santiago Bernabéu más competidas que esta final del Mundial de Clubes ante este Al-Hilal que pasa por ser el rival más amable al que se ha enfrentado esta temporada. Este Mundialito ha sido para el Real Madrid como una visita al diván del psicoanalista de la que Ancelotti no sale especialmente contento. Porque más allá de lograr su octavo título Mundial (tres Intercontinentales y cinco Mundialitos), este Madrid demuestra una vulnerabilidad defensiva alarmante.

No hay un club en el mundo mejor diseñado para jugar las finales que el Real Madrid. Es su ecosistema natural. Nadie pasea con más naturalidad por la cima del mundo entre copas de champagne y bandejas de caviar. Por eso sus títulos se dimensionan por la dificultad del trayecto que les lleva hasta esas finales donde la suerte está echada. Todo el sufrimiento blanco de la semifinal ante el Al-Ahly se convirtió en placidez ante un Al-Hilal que a los 18 minutos ya perdía por dos goles. El pragmatismo de Carletto le llevó a tirar del Plan A, un once reconocible en el que solo chirriaba Camavinga en el lateral izquierdo. Frac en el mediocampo (Kroos-Tchouaméni-Modric) y Valverde de mediocampista híbrido dejando en punta a Benzema con Vinicius.

Dos goles y a sestear

El primer gol llegó en una jugada que el madridismo se sabe de memoria. Benzema se descolgó entre líneas arrastrando a los centrales para recibir y asistir a la entrada de Vinicius, que anotaba su segundo gol en este Mundial de Clubes, olvidando el ruido que hay en España en torno a su persona. El segundo tanto se produjo tras un disparo de Valverde (dos goles también en este torneo para celebrar que ha superado un contratiempo personal importante). Es el décimo gol del uruguayo esta temporada, la cifra que advirtió Ancelotti que debía marcar este curso por su capacidad de llegada.

El gol saudí retrató uno de los pecados capitales de este Madrid: la complacencia. Personada en David Alaba, una vez más, quien se desentendió de la marca de Marega, que en una contra se plantó ante Lunin y recortó distancias para los saudíes. El austriaco no es un defensor fiable. Ordena con jerarquía, pero en lo defensivo es perezoso y su espalda es un lugar común para los ataques rivales. Le falta el sacrificio y la humildad de Nacho, jugador menos sofisticado, pero más fiabilidad. El Madrid se volvió a conectar al partido tras el susto, apretando en la salida a un Al-Hilal tierno atrás. El partido tenía ritmo de Trofeo Santiago Bernabéu más que de final del Mundial de Clubes. Una pachanga con un fútbol cloroformo que llevó al partido al descanso entre bostezos. 

La segunda parte mantuvo el suspense hasta que Vinicius regaló una asistencia con el exterior a la llegada desde atrás de Benzema, para devolverle el favor del primero. Jugando al trote cochinero, los blancos volvían a golear a un rival inocente con lo que se coronaban por octava vez reyes del mundo. Valverde apuntillaba la pachanga con un cuarto gol que quedaba empañado por otra desatención madridista en defensa rentabilizada por un Vietto que se plantó ante Lunin y picó la pelota anotando el segundo gol saudí con el enfado morrocotudo de Ancelotti.

El partido confirmaba algunas expectativas y varias sospechas. Entre las primeras, la pegada de peso pesado del Madrid. Entre las segundas, su desidia en escenarios sin glamour y ante rivales blandos como el Al-Hilal. El despelote defensivo blanco lo coronó Vietto anotando el tercer gol de los saudíes con una ruleta dentro del área pequeña blanca. Salvaba a los blancos que Vinicius había marcado el quinto minutos antes. Se coronaba el Madrid en Rabat en una final para olvidar, una pachanga indigna.