TEATRO
Fernando Gil, actor: "El porte regio me ha servido más para ligar trabajos que para ligar en el sentido romántico"
El actor madrileño estrena este mes 'El jefe del jefe', adaptación teatral de la comedia cinematográfica de Lars Von Trier, que permanecerá en cartel hasta el próximo mes de enero
El actor Fernando Gil, que estrena en el Pavón 'El jefe del jefe'. / José Luis Roca
Fernando Gil (Madrid, 1975) lleva cerca de tres décadas actuando y, sin embargo, no fue hasta hace apenas un par de años cuando la fama masiva llamó a su puerta gracias al éxito de la comedia de Netflix Machos Alfa, en la que encarna a un cuarentón que tiene que hacer frente a una seria crisis de masculinidad. Estos días, mientras aguarda el estreno de la tercera temporada de la serie creada por Alberto y Laura Caballero, vive cargado de nervios e ilusión por la puesta a punto de El Jefe del Jefe, la versión teatral española de la película que el provocador cineasta danés Lars Von Trier (El jefe de todo esto) rodó en 2006. Será a partir del próximo 21 de noviembre cuando todo aquel que lo desee podrá acercarse al madrileño Teatro Pavón para disfrutar de esta mordaz obra, protagonizada por Gil y dirigida por el argentino Ricardo Hornos, en la que un hombre se las ve y se las desea para vender su empresa de tecnología porque, cuando la fundó, se inventó un presidente ficticio tras el cual poder ocultarse cada vez que era necesario tomar decisiones impopulares. En el momento en que los potenciales compradores insisten en negociar cara a cara con el presidente, no tiene más remedio que contratar a un actor para que interprete ese papel.
P. ¿Qué tipo de actor es Cristian, su personaje en esta obra?
R. Cristian es un actor muy entusiasta y creativo, que lleva en paro algún tiempo. Él se toma muy en serio su trabajo y tiene una forma muy lúdica de encarar sus personajes, algo que choca con este nuevo trabajo que ha encontrado. Se trata de un empleo muy bien remunerado pero que es muy raro. En un principio, este actor solo tenía que presentarse como el jefe de la empresa ante unos posibles compradores de China, pero todo cambiará después de que uno de los empleados le vea.
P. Y al final se acaba dando cuenta de que no es más que un monigote envuelto en una trama turbia que pondrá a prueba su catadura moral.
R. Así es. Lo que tanto Ricardo Hornos como yo hemos intentado rescatar de la versión de Lars Von Trier es esa parte más cómica, de comedia de enredo, mezclada con el tema del capitalismo, que es algo con lo que el director le puso a la historia su sello de seriedad.
P. Entre otras cosas, la obra invita a reflexionar sobre la falta de humanidad de la sociedad en que vivimos. ¿Todavía no ha perdido usted la fe en la ciudadanía?
R. Creo que no. De hecho, pienso que estamos en un momento que funciona como punto de inflexión de ver hacia dónde se dirige la historia. Tengo una hija de once años y me sorprendió ver estos días cómo chavales de su misma edad, que viajaban hasta Valencia desde distintas partes del país, se enfrentaban con sus palas a los escombros y los muertos para ayudar a la gente. Cuando yo era pequeño, a los niños siempre se nos intentaba alejar de ese tipo de responsabilidades. Ahora veo eso que te digo y siento, de pronto, que se me ha esclarecido un poco el horizonte. Es verdad que tenía mis dudas al respecto, porque veía que el capitalismo en el que está metido el mundo nos está deshumanizando y antepone el capital a las decisiones más humanas. Pienso por ejemplo en esa gente que pierde sus trabajos a los 50 y pico años y que ya no remonta. Conozco gente que ha trabajado en el mundo de la empresa, incluso en puestos de responsabilidad, y que a esa edad se ha tenido que reinventar y ponerse a vender máquinas Thermomix para poder vivir. Ya no existe esa cosa que nos repetían los padres de "Si tú haces bien tu trabajo, siempre tendrás un hueco en las empresas, porque la experiencia es un grado y siempre se tiene en cuenta". Así nos educaban de pequeños. Cuando yo les comenté a los míos que quería ser actor, me dijeron que estaba loco. "Es un mundo inestable y no vas a tener futuro ahí".
P. He leído en varios sitios que ellos fueron “grandes emprendedores”.
R. Sí. Mi padre empezó a trabajar a los treces años y aprendió el oficio de sastre. Se fue haciendo con él y, poco a poco, consiguió una clientela muy fiel, porque además era de los pocos sastres que quedaban ya aquí. Se dedicó a eso hasta los setenta años o así. Formó el negocio con mi madre, que era una mujer muy vanguardista que siempre estaba al quite de cómo podía mover la cosa, cómo hacer negocios... Ella fue autodidacta en ese aspecto. Trabajó en una empresa americana, fue directora de una cadena de gimnasios llamada El Presidente en los años setenta y ochenta. Y luego, como era una persona muy echada para adelante, se convirtió en una especie de modista y empezó a usar la trayectoria de mi padre para llevar eso al mundo de la moda de mujer. Los dos se iban a París, traían ideas de allí y, como él era sastre, conseguía los patrones y hacía esas mismas prendas aquí. A nivel empresarial, les fue bastante bien.
P. ¿Y por qué no es hoy usted sociólogo?
R. En esa época no sabía qué hacer y al final empecé la carrera de Sociología para contentar a mis padres. Mientras estudiaba me metí en el Aula Complutense de Teatro y ahí conocí al que luego sería mi profesor en la RESAD, Antonio Malonda. Cuando estaba en tercero de carrera, Antonio entró en el primer curso de Arte Dramático en la RESAD y me dijo que me fuera con él. En ese momento pasé a compaginar las dos cosas, y luego ya comencé a trabajar.
P. Durante años tuvo la impresión de que todos lo veían como un actor de comedia. ¿Cambió esa imagen a raíz de sus papeles protagonistas en las miniseries Felipe y Letizia (2010) y El Rey (2014)?
R. Sí. Sobre todo en el caso de El Rey, pues me tuve que ganar ese papel haciendo ver a su director, Norberto López Amado, que también podía ser un actor dramático. Telecinco apostaba por mí, pero él no me veía haciéndolo. Comentaba: "¿Cómo va a afrontar un actor de comedia una obra shakesperiana como esta que vamos a hacer?". Antes se arriesgaba poco en ese sentido y siempre se tendía a encasillarnos. Yo tenía como actores favoritos a Gary Oldman y Robert De Niro, a los que veía hacer tanto comedias disparatadas como tragedias, y siempre pensé que también quería hacer algo así. Lo que no me permitían hacer en televisión, me lo permitían, gracias a la tele, en teatro. Justo cuando Norberto comentó aquello, yo estrenaba Enrique VIII de Shakespeare en los Teatros del Canal, así que le dije que viniera a verlo. Al final vino a verme un día y se convenció.
Fernando Gil, el día de la entrevista. / José Luis Roca
P. En cuestión de poco tiempo interpretó a varios reyes y príncipes. ¿Le ha servido para ligar mucho ese porte regio que tiene?
R. Me ha servido más para ligar trabajos que para ligar en el sentido romántico. Además, aquí en España, el tema regio, esa cosa de caballero, remite más a Bertín Osborne o Arturo Fernández que a Michael Caine, que es un señor inglés con esa cosa elegante. Si aquí vas un poco de eso, el tema tiene una connotación viejuna, como casposilla. La del porte no ha sido una baza que yo haya querido jugar y, además, creo que aquí te puede ayudar más la simpatía, ser cercano y gracioso. En la época en la que yo empecé en esto, donde la media de altura era bastante menor que la de ahora, había directores que no te querían precisamente por eso. Recuerdo una vez que Montxo Armendáriz me vio y me dijo "Yo nunca te contrataré, porque te me sales del plano". Aunque gracias a eso del porte conseguí en teatro varios personajes de obras del Siglo de Oro. He hecho por ejemplo bastantes papeles de monarcas, lo cual está muy bien, porque por un lado me ha dado de comer y, por otro, me ha brindado la posibilidad de ir rompiendo barreras dentro del audiovisual.
P. Hablando de gente de sangre azul, en una ocasión comentó que “La reina de mi casa es mi hija”. ¿Le ha dejado ver Machos Alfa?
R. Yo le dejo ver todo lo que hago. Ella ha venido a ver cosas superfuertes e intensas que hice en teatro, como Los hermanos Karamázov o El idiota. Y con el tema de Machos Alfa, que es una serie algo subida de tono, creo que la clave está en cómo gestioné el asunto con ella. Si había algo que no entendía, yo se lo explicaba: "¿Tú sabes cuánta gente hay delante cuando estos dos se besan y hacen el amor? Pues resulta que tenemos puesta una toalla hasta aquí arriba y que delante de nosotros hay como veinte personas en ese momento". De esta forma, ella se situaba un poco y lo acababa viendo todo como un juego.
P. ¿Trabajar en una serie así le ha ayudado a deconstruir su masculinidad?
R. [Risas]. La verdad es que, teniendo una niña en casa, uno siempre intenta hacer ese trabajo, porque ve un poco dónde va a entrar ella. A mí, como padre, me gustaría que se encontrase a gusto en la sociedad. Por un lado, la tienes que preparar para ser resiliente, y esto lo consigues dándole la mayor confianza posible en sí misma, pero por otro es importante que en casa tenga un reflejo de eso que va a querer en su vida el día que esté sola. Es importante mostrarle que los hombres somos tan capaces de hacer las cosas de casa como las mujeres. Yo soy divorciado y en casa cocino, lavo y plancho la ropa...
P. ¿Y qué piensa de quienes dicen que el feminismo se está volviendo extremista?
R. Creo que hay ciertas vertientes del feminismo que se deberían revisar, porque da la sensación de que sienten rencor hacia el género masculino, así en general. Hay muchos hombres que están, estamos, haciendo un esfuerzo, porque nuestra educación no ha sido la mejor en ese sentido, para conseguir que exista esa igualdad. Los hombres estamos intentando limar todo aquello que sobra, y a veces se debería ser más compasivo y paciente con los que están intentando revisarse eso pero todavía no lo han conseguido del todo. Deberíamos ser generosos y empáticos con esa gente que igual ya se encuentra cerca de estar ahí.
P. He visto que solamente usa sus redes sociales para compartir cosas de trabajo. ¿Lo hace así porque le interesan poco, porque es un hombre discreto o porque prefiere no meterse en charcos?
R. Porque creo que ese no es el lugar para hablar de ciertas cosas. El lugar para hablar es una obra de teatro, una película, un monólogo... Es una decisión consciente porque pienso que es un sitio donde es muy fácil que otros te tiren una idea y cualquier cosa que digas se va a convertir simplemente en ruido. Y encima te va a colocar en un sitio que a lo mejor no es el sitio donde quieres estar. Siempre pienso "¿Qué necesidad tengo yo de que, por sacar de contexto algo que haya dicho, me tilden de una cosa que realmente no soy?". Hay gente que eso lo hace muy bien y mantiene muy clara una línea determinada, pero yo no me veo. Muchas veces la gente pone mensajes para reivindicar o criticar ciertas cosas y ves que esa persona en cuestión se queda tranquila así cuando lo único que ha hecho es publicar una foto y un mensaje de varias líneas. Me parece un poco hipócrita y no quiero participar de eso, pero que cada uno haga lo que quiera. Yo prefiero usarlas para hablar de trabajo, que al final es lo único para lo que creo que hoy en día tengo redes sociales.
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