CRÍTICA TEATRAL
'Medusa’, un atractivo pufo comercial del mito clásico
El tratamiento enrevesado y la inmadurez en la dirección escénica hicieron que el guion insuficiente no lograra desarrollar bien la recreación del mito
'Medusa' reinventa el mito clásico con sangre y poder. / Jorge Armestar
José Manuel Villafaina
El espectáculo ‘Medusa’, escrito y dirigido por el sevillano José María del Castillo, que se presenta como la "estrella" de la programación del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, con el doble de funciones que las demás producciones, es una coproducción de Pentación Espectáculos (la compañía de Jesús Cimarro, director del evento), Caribante Producciones y el Festival. ‘Medusa’ ha sido el sexto espectáculo de la 70ª edición del Festival de Teatro Clásico de Mérida representado en el Teatro Romano de la capital extremeña.
El mito de Medusa, uno de los más fascinantes de la mitología griega, ha sido un espejo de la humanidad a lo largo de los siglos. Sin embargo, en la rica literatura grecolatina, no ha perdurado ninguna obra teatral dedicada íntegramente a Medusa (aunque Eurípides, con su pluma, rozó su historia sin entregarle una obra completa). Sin embargo, su esencia se encuentra escrita en varias creaciones de los antiguos. El registro más remoto conocido yace en la ‘Teogonía’ de Hesíodo (700 a.C.), donde Medusa es mencionada como una de las tres temidas hermanas Gorgonas. Píndaro, en sus ‘Odas’ (490 a.C.), canta la gesta de Perseo y la fatal decapitación de Medusa. Y en tiempos posteriores, el poeta romano Ovidio esculpe con sus palabras una versión del mito en su obra ‘Metamorfosis’ (3-8 d.C.), donde los dioses y mortales se transforman bajo el manto de la eternidad.
El mito relata la tragedia de una hermosa sacerdotisa del templo de Atenea, que fue violada por el dios Poseidón y castigada por la diosa. En su furia, Atenea, indignada porque Medusa no defendió su virginidad, la desterró a una isla desierta y la transformó en la famosa Gorgona, un monstruo con cabellos de serpiente y colmillos de jabalí (tal como la inmortalizó la escultura de Benvenuto Cellini), cuya mirada petrificante se convirtió en un símbolo de terror. De su fatídico encuentro con Poseidón surgió un embarazo que solo avivó el rencor de Atenea, quien ordenó al semidiós/héroe Perseo acabar con Medusa. La misión de Perseo, requirió el uso de unas sandalias aladas (otorgadas por el dios Hermes) y un escudo reflejante para repeler el ataque de sus ojos letales. Perseo, con astucia, esperó a que Medusa se durmiera en su guarida y volando con sus sandalias, se posicionó sobre ella y de un certero golpe le cortó la cabeza.
Teatralmente, ‘Medusa’ ha sido interpretada y adaptada por diversos autores y compañías teatrales a lo largo del tiempo, cada uno con su propia visión y enfoque sobre el mito clásico. Algunos ejemplos notables han sido: ‘Medusa’, pieza corta del dramaturgo alemán Heiner Müller, conocido por sus interpretaciones posmodernas de mitos y clásicos; ‘Medusa Undone’ de Bella Poynton y ‘Medusa’s Tale’ de Carol Lashof, ambas dramaturgas estadounidenses. Estas versiones abarcan desde perspectivas feministas hasta análisis psicológicos y críticas sociales. En ‘Medusa’s Tale’, además, la transformación de Medusa y determinados temas de victimización y empoderamiento se narran desde la propia voz de Medusa. En el Teatro Romano se representó por primera vez en 2014 ‘Medusa, la guardiana’, un experimento de teatro/flamenco de la artista Sara Baras, quien firmaba el guión, la dirección, la coreografía y actuaba como protagonista. El espectáculo intentaba representar a una Medusa menos monstruosa y con alma de luchadora, pero no logró captar su esencia únicamente con el vigoroso taconeo flamenco que ella domina con su conocido duende. El tratamiento enrevesado y la inmadurez en la dirección escénica hicieron que el guión insuficiente no lograra desarrollar bien la recreación del mito.
Reinterpretación
La versión de Castillo, que al principio sigue con relativo acatamiento la historia del mito, sorprende al final con escenas en las que Medusa, dispuesta a dialogar con Perseo, le ruega que reconsidere su misión. Le pide que, antes de matarla, le permita revelar su historia: no la de la mujer malvada de las leyendas, sino la de una víctima de los caprichos de la diosa Atenea. Como era de esperar, Atenea, que fue avisada, irrumpe en la guarida con determinación. Le recuerda a Perseo la enigmática historia que pesa sobre su madre Dánae y Zeus y le insiste en el deber de cumplir su misión. La versión, que intercala analogías del mundo actual, es narrada directamente al público por la propia Medusa.
Castillo nos ofrece una reinterpretación de la clásica historia, revelando que Medusa no es un monstruo sino una víctima, atrapada en una sociedad que teme y castiga lo diferente. Nos pinta a Medusa como símbolo de todas esas mujeres distintas, demonizadas por una sociedad aterrorizada por la diversidad. Su metamorfosis en monstruo es una metáfora de cómo el sistema castiga lo que no entiende y oculta la injusticia real. Los verdaderos monstruos, según Castillo, no son los que asustan con su apariencia, sino aquellos que destruyen a otros para mantener su poder. La reflexión también se pregunta quiénes son las Medusas modernas, y señala con el dedo a los diferentes que enfrentan el peso de los prejuicios y la discriminación.
La obra se atreve también con la figura del héroe, ese Perseo que todos buscamos en tiempos de incertidumbre. Pero, Castillo nos advierte que esos héroes a menudo no son más que ególatras con promesas vacías. El verdadero cambio debe venir de uno mismo, en lugar de depositar esperanzas en figuras heroicas que nos fallarán. La obra, pues, con su llamado a la autenticidad y a abrazar las diferencias, nos invita a reconocer las injusticias sociales. Medusa, figura trágica y poderosa, se convierte en símbolo de resistencia y fortaleza, en una crítica a una sociedad que castiga lo diferente y perpetúa el miedo a lo desconocido.
Difusa y superficial
Pero, ¡ah!, qué sutil, qué profunda, qué inesperadamente poética parece esta meditación -si se le puede llamar así- de Castillo. Pues no, no la veo así. Lo que el autor y los artistas nos ofrecían en los medios prometía más de lo que se entregó en la representación de la obra, que fue tan difusa, superficial y trillada que uno se pregunta si hay algo más profundo bajo esa capa de bruma.
El autor, tal vez atrapado en su obsesión por temas del universo feminista y la comunidad LGTBI (frecuentados en el Festival hasta la saciedad por la compañía de Cimarro), que enfrentan prejuicios y discriminación, nos deja esperando una exploración más incisiva de las causas últimas de estas problemáticas. Hay una impotencia manifiesta para poner estos temas sobre el escenario y sacudirlos hasta sus cimientos. Así, esta ‘Medusa’ se nos presenta como una obra floja, con la enjundia de una brisa ligera que apenas logra agitar las aguas.
En la puesta en escena, Castillo maneja bien los cánones dramáticos (como ya demostró en su anterior obra, ‘Clitemnestra’, en la sede del Festival en Cáparra). En esta ocasión, exhibe un atractivo abanico de recursos espectaculares y dinámicos, impregnados de una creatividad rompedora que arropan muy bien la apocada versión, ansiosa de ser una gran exhibición multidisciplinar comercial. Y el trabajo técnico merece todos los elogios: la escenografía de Mónica Boromello nos transporta con sus figuras de serpientes a la cueva de Medusa y a un gran oráculo, donde se proyectan imágenes sugerentes que elevan el espectáculo; la ambientación lumínica de Felipe Ramos crea atmósferas precisas; el vestuario de Pier Paolo Álvaro aporta un énfasis visual impactante y la música ritual de Alejandro Cruz, acompañada por los coros dirigidos por Amaya Añúa, resuena en los rincones profundos del alma. Además, las coreografías de Aleix Mañé, de una belleza conmovedora, alcanzan su apogeo en la escena de la violación de Medusa, interpretada por Elisabet Biosca y Peter James.
Elenco
En la interpretación, se notó la presencia de un elenco entusiasta, compuesto por Victoria Abril (Medusa), Mariola Fuentes (Atenea), Adrian Lastra (Perseo), Ruth Lorenzo (Euríale/Oraculo), Peter James (Poseidón/Guerrero), Elisabet Biosca (Medusa joven/Guerrero), Joaquín Fernández (Esteno/Guerrero), Roberto Provenzano (Guerrero), Edu Rey (Guerrero) y Manuel Duarte (Guerrero). Todos cumplieron bien sus roles, sin destacar más allá de lo esperado.
La ‘estrella’ indiscutible fue Victoria Abril, con sus parlamentos -de distanciamiento brechtiano- integrados entre los números de música y danza. Con una caracterización física impecable, movimientos precisos, gestos medidos y una declamación ajustada, además de algunos golpes de humor, logró dominar la escena romana. Solo, en sus interacciones con el público, le faltó desparpajo para proyectar esa cercanía que le permitiese conectar y empatizar. Pero la Abril es la ‘estrella’ y solo su presencia resulta suficiente para atraer a un público ávido del famoseo patrio que asiste a las funciones comercial. Un público que solo necesitó que apareciera en escena para una ovación prematura, que no dependía de la calidad de su actuación, sino de su mera celebridad. ¡Menuda bienvenida para una estrella que aún no había demostrado su brillo!
En fin, la resultante de esta versión de ‘Medusa’ no es más que la de un atractivo pufo comercial del mito clásico, que mucho público aplaudió –sobre todo los más entusiastas del famoseo patrio– al final, durante cinco minutos, según el ‘aplausómetro’ de mi colaborador, el reporter Eloy López.
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