ARTE

Aerosoles, traiciones y reconocimiento tardío: la historia de SAMO, el proyecto que el grafitero Al Díaz fundó junto a Basquiat

Por primera vez en Europa, la galería barcelonesa Canal Gallery dedica una exposición a uno de los episodios que, a finales de los setenta, redefinieron la historia del arte urbano en las calles de Nueva York

Al Díaz en Barcelona la semana pasada. / MARK MADNESS

La historia del grafiti está repleta de héroes desconocidos por el gran público. Este es el caso de Al Díaz. Criado en el Lower East Side de Nueva York, en 1971 se convirtió en uno de los pioneros de este movimiento urbano. “Cuando descubrí a los primeros grafiteros de Washington Heights, en el Alto Manhattan, me quedé fascinado de la onda que tenían. Eran muy diferentes a la gente que veía en mi barrio. Recién cumplidos los 12 buscaba mi identidad. Quería ser como ellos porque tenían una forma de vestir y hablar que me gustaba”, confiesa acerca de cómo, a una edad tan precoz, empezó a dejar su marca en los paramentos de la ciudad usando el pseudónimo Bomb-1. 

Al Díaz en Barcelona la semana pasada. 

/ @SELECTORMARXPHOTO

Díaz iba por libre. Pero todo cambió en 1976 cuando coincidió con otro adolescente, igual de inquieto que él, en la escuela secundaria pública alternativa City-As-School. Su nombre era Jean-Michel Basquiat. “Conectamos intelectualmente porque, al tratarse de una escuela con muchos blancos, éramos una minoría. Más allá de compartir las mismas raíces puertorriqueñas, nos interesaba la música y el arte”, rememora. Pese a que su nuevo amigo no venía de la subcultura del grafiti, ya que “su padre era muy estricto y no le dejaba salir de casa”, congeniaron enseguida. 

“Solíamos fumar marihuana en casa de nuestra amiga Titi Lamadrid junto a su madre y su padrastro, el también artista Juan Downey. Aunque pronto nos aburrimos de ello porque era the same old shit -la misma mierda de siempre, traducido al español-. De ese concepto surgiría SAMO”, señala. “La primera vez que apareció por escrito fue a finales de 1977 en el diario estudiantil Basement Blues Press. Yo dibujé unas caricaturas y Jean-Michel, que escribía muy bien, redactó un texto cómico de una religión imaginaria, llamada SAMO, que te podía cambiar la vida. Una vez impreso, le propuse hacer una campaña de grafiti presentando el término como si fuera un nuevo credo o una droga”. 

Al Díaz en Barcelona la semana pasada. 

/ @SELECTORMARXPHOTO

La idea cogió forma a principios de 1978. Ambos, armados con aerosoles, cubrieron de frases sarcásticas y observaciones sociales las calles del Bajo Manhattan. Sobre todo, las del SoHo y Tribeca, barrios donde abundaban las galerías de arte. Aquellos mensajes, que emulaban eslóganes publicitarios, de inmediato llamaron la atención de los neoyorquinos. “Algunos creían que era un apodo. Y no era así: se trataba de un producto, no una persona”, sostiene. 

Durante meses nadie supo quién o quiénes eran los artífices de SAMO. No obstante, el misterio se resolvió el 11 de diciembre de 1978: el día que el periódico The Village Voice publicó una entrevista con Díaz y Basquiat. Si bien en el artículo quedaba patente que los dos cofundaron el proyecto, poco después Basquiat no tuvo reparos en apropiarse de la autoría. Incluso, apareció en el programa TV Party de Glenn O'Brien afirmando que SAMO era una invención suya. 

“A diferencia de cómo soy yo, que prefiero el anonimato, Jean-Michel se aprovechó del éxito local que conseguimos y lo usó como trampolín para su beneficio. Esa era su personalidad. No quería ser un simple artista, sino un artista famoso. A los tres meses de la publicación de The Village Voice dejamos de estar siempre juntos y no volvimos a hablar hasta pasados unos años”, narra. ¿Le dolió la traición? “Antes de romper nuestra relación ya habíamos tenido algún percance. Aprendí que era bien traicionero y egoísta. Por entonces yo no estaba tan interesado en SAMO porque me centré en la música y era percusionista en bandas como Liquid Liquid. Empecé tan pequeño en el grafiti que, en cierto modo, me cansé de ello y quería probar otras cosas. Pero sí, un amigo de verdad no hace eso.

A pesar de que Basquiat le pidió perdón en 1981, y aceptó sus disculpas, no recondujeron su amistad como antaño. Simplemente se vieron en contadas ocasiones. La última vez fue en 1986: el afamado artista se acercó a su apartamento para regalarle un díptico. Lejos de conservarlo, Díaz lo vendió al año siguiente para comprar una grabadora de casete de cuatro pistas. El 12 de agosto de 1988, con 27 años, una sobredosis de heroína acabó con Basquiat. “Lamento que muriera tan joven, pero no estábamos unidos. Murió solo porque era incapaz de mantener cualquier amistad”, dice sin titubear.

Díaz también se enganchó a la misma droga a inicios de los noventa. Entre 1996 y 1999 vivió en Puerto Rico y se mantuvo limpio trabajando como carpintero. Sin embargo, al regresar a Nueva York, recayó. No sería hasta 2010 que, al verse en el documental Jean-Michel Basquiat: The Radiant Child, dirigido por Tamra Davis, dio el paso de ingresar en un centro de desintoxicación durante ocho meses. Tal como indica: “Estaba en un punto en el que debía decidir si quería vivir o morir, y elegí lo primero. Desde 2011 no he vuelto a consumir y, poco a poco, aparqué lo de ser carpintero para retomar mi carrera artística”. 

El gran punto de inflexión aconteció en noviembre de 2016: tras la victoria electoral de Donald Trump, pensó que era un buen momento para recuperar SAMO. Para su sorpresa, a diferencia de décadas atrás, los reconocimientos no tardaron en llegar. Prueba de ello es la exposición que hasta el 11 de mayo puede visitarse en la galería barcelonesa Canal Gallery -en el número 4 del Carrer de Palau-, la primera en Europa dedicada a SAMO. ¿Qué legado le gustaría dejar? Su respuesta es igual de clara que modesta: “Me gustaría que me recordaran como alguien que contribuyó a una cultura que arrancó en la calle y, con el tiempo, se convirtió en un fenómeno internacional. Y que cambié el juego un poquito. Para mí eso es suficiente”. 

Temas

Arte