ESCENA

‘Kingdom’: un ‘As bestas’ teatral contra la utopía de la vida en la naturaleza

La directora belga Anne-Cécile Vandalem llega a los Teatros del Canal de Madrid con una obra sobre nuestra incapacidad de construir un futuro en comunidad

Laurent Caron, uno de los protagonistas de 'Kingdom'. / Christophe Engels

Bob Miller vive con su esposa y su hijo de siete años en una granja en lo alto del valle, un paraíso a varios kilómetros de la civilización en el que cultivan un huerto, fabrican su ropa y construyen sus propios muebles, sin teléfono, sin coche, sin apenas conexión con todo aquello fuera de los límites de su edén familiar. Miller dice: “Creo que es bueno sentir en las manos el precio sangriento de los propios apetitos y saber cómo es visceralmente uno: uno es como un animal, uno vive en la naturaleza, donde está la muerte”. Ese tipo, cuya arcadia terminará volando por los aires, es un personaje de La mejor voluntad (Sexto Piso), de la escritora estadounidense y Premio Pulitzer Jane Smiley, que en 1989 contestó con esta novela a aquella utopía llamada Walden en la que Thoreau defendía una vida libre y salvaje en los bosques, un ensayo publicado en 1854 convertido en un manual de la buena vida frente a las servidumbres del capitalismo.

Pero Smiley no es la única que ha cuestionado ese ideal que convierte el campo, los bosques o los pueblos de la España vacía en un lugar donde construir comunidad fuera del infierno capitalista: la actriz y directora belga Anne-Cécile Vandalem llega este jueves a los Teatros del Canal de Madrid con su obra Kingdom, una historia sobre vidas en comunidad, al margen y aisladas como forma de enfrentarse al sistema. Pero, lejos de proponer una visión romántica, la obra constata el fracaso de esos ideales sobre los que se cimentó aquella utopía que ensayaron Miller en la ficción y Thoreau en la realidad y, curiosamente, lleva a escena una especie de wéstern similar al que plantea Rodrigo Sorogoyen en su película As bestas. Aquí también hay dos bandos y una disputa feroz por la tierra, dos maneras muy distintas de relacionarse con la naturaleza, los molinos eólicos de la película son en la obra helicópteros conducidos por cazadores furtivos y no hay caballos, sino alces y osos. Y si Sorogoyen colocaba en las mujeres la esperanza de un mundo mejor y sin violencia, Kingdom tira de clásico y opta por los niños, por las generaciones venideras.

Descargamos en los jóvenes la responsabilidad de resolver los problemas que nosotros hemos creado. Y esa gran paradoja está presente en la obra”

— Sarah Seignobosc, dramaturga responsable del montaje en Madrid

“Cuando estábamos trabajando en París, una parte del equipo tuvo la oportunidad de ver la película de Sorogoyen y nos planteamos esa cuestión”, explica a este diario la dramaturga del montaje, Sarah Seignobosc, “porque es cierto que la mujer tiene un papel activo en la obra, pero vemos que cada vez que habla lo hace como una forma de reacción en una comunidad diseñada bajo los parámetros del patriarcado”. La dramaturga, que ha viajado a Madrid para acompañar el estreno en España de la pieza, explica por qué Kingdom deposita en los niños y niñas la posibilidad de transformación y cambio: “Nos interrogamos sobre el legado que estamos dejando a los jóvenes y sobre qué harán con él en el futuro. Y sí, es cierto que no les hemos dado las herramientas necesarias para poder actuar en el futuro, pero descargamos en ellos la responsabilidad de resolver los problemas que nosotros hemos creado. Y esa gran paradoja está presente en la obra”.

Kingdom es la última pieza de una trilogía sobre lo que Vandalem llama “los grandes fracasos de la humanidad”, estrenada en el Festival de Avignon, que comenzó en 2016 con Tristesses, una obra sobre el auge del populismo y la imposibilidad de convivencia desde el punto de vista de la política. A esta le siguió Arctique, dos años más tarde, sobre “el hundimiento climático de nuestras sociedades y el fracaso absoluto de la promesa de la ecología”. En Kingdom, estrenada en 2021, la directora construye una fábula épica con aire de thriller y pone el foco en nuestra “incapacidad para construir un futuro” a partir de la historia de dos familias, separadas por una valla, que se aíslan del ruido del mundo en la taiga siberiana.

La familia de 'Kingdom'. / Christophe Engels

En escena, un bosque y la cabaña en la que vive uno de los dos clanes, una familia numerosa que acoge tres generaciones, muchos niños y dos perros. Al otro lado de una valla que no vemos, los otros, que nunca aparecerán en escena, pero escucharemos el sonido de los helicópteros que sobrevuelan el bosque con cazadores furtivos llegados desde Moscú, hombres que dinamitarán la paz de esa comunidad, que matarán animales, y con los que esa otra familia hará negocios. A lo largo de toda la obra, una cámara irá filmando en vivo la cotidianeidad de esa pequeña tribu y registrará el enfrentamiento entre dos formas de entender el mundo y su relación con la naturaleza: una animista y otra atravesada por la codicia, o lo que es lo mismo, ecologismo versus capitalismo. Y esa colisión, que ha sido alimentada durante décadas, convertirá el bosque en un campo de batalla y a los niños de esa familia en testigos de un odio heredado y una guerra no elegida.

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Anne-Cécile Vandalem, que combina en escena los lenguajes del cine y el teatro, se inspiró para escribir esta obra en Braguino, un documental del francés Clément Cogitore galardonado en 2017 con el Premio Zabaltegui Tabakalera en el Festival de Cine de San Sebastián. El cineasta registró con su cámara la vida y los conflictos de dos familias reales que habían decidido exiliarse en la Siberia oriental, a más de 500 kilómetros de la civilización, unidas por odios atávicos y separadas por una valla. En una entrevista concedida al Festival de Avignon coincidiendo con el estreno de la pieza, la directora belga explicaba que en su versión libre y escénica de la película “esa comunidad reproduce condiciones bélicas, cuando eso es lo contrario de lo que buscaban, pero aquí la imposibilidad de vivir en paz está ligada a oposiciones históricas fundamentales: la cuestión del territorio, la oposición entre naturaleza y crianza, la relación con lo vivo… Temas que nos recuerdan casi a la mitología y a una guerra perpetua”. Una guerra que también vincula la pieza con los conflictos actuales, añade Sarah Seignobosc: “El problema del cambio climático va a redefinir la cuestión territorial y va a endurecer las cuestiones políticas y todos esos conflictos como la actual guerra de Ucrania, en la que vemos, una vez más, que el arquetipo de la lucha por el territorio es algo que siempre ha estado ahí”.  

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