OPINIÓN

Obras, obritas y recambios municipales

La precampaña electoral ha empezado. Se aceleran los proyectos para adecentar (o complicar) nuestros municipios y empieza la carrera para vender las iniciativas más audaces

Obra pública.

Quedan poco más de tres meses para las elecciones municipales y algunos ayuntamientos han despertado de su marasmo. Da igual que usted viva en un pueblo, una población de tamaño medio o una gran ciudad. Seguro que habrá observado cómo, de la noche a la mañana, desde hace unos meses, se sucede el levantamiento de aceras para cambiar baldosas, se agujerean pavimentos para introducir cables o conductos de agua, se tapan los baches de las calles más dañadas y se llevan a cabo relevantes acciones estéticas. Esculturas y aspirantes a obras de arte han sido pasto de nuestras vías y rotondas.

Una amiga me comentaba indignada cómo acababan de cambiar los bancos de hierro de la plaza que tiene delante de su casa por otros de madera. A ver cuánto tiempo aguantan. Las obras y las obritas pueden dar votos, aunque puede salir el tiro por la culata. El buen estratega municipal sabe que la memoria cuenta: una actuación bien terminada a pocos meses de unos comicios tiene más impacto que aquella, de la que apenas nadie se acordará, iniciada y terminada en la primera parte de la legislatura.

Madrid y Barcelona

Todos los alcaldes saben que, con el paso del tiempo serán recordados, más que nada, por el legado urbanístico que dejen en su ciudad. Para lo bueno y para lo malo. Madrid no sería hoy lo que es sin la apuesta decidida del alcalde Alberto Ruiz-Gallardón, que adoptó agresivas políticas de endeudamiento. Por el reordenamiento y peatonalización de la zona centro, como lugar de bajas emisiones, será recordada la alcaldesa Manuela Carmena. Al alcalde actual, José Luis Martínez-Almeida, se le recordará poca cosa, salvo las obras en la Puerta del Sol, la adecuación de la zona del exestadio Vicente Calderón y la gestión.

En Barcelona no es necesario, por conocido, recordar la herencia de Pasqual Maragall. La alcaldesa actual, Ada Colau, quiere ser recordada por destrozar el Eixample de Barcelona con diversas islas peatonales que han colapsado de tráfico la ciudad. Y, ya que una de las sedes del grupo Prensa Ibérica se encuentra en L’Hospitalet de Llobregat, segunda ciudad catalana en población, hay que valorar los proyectos de desarrollo alrededor de la Gran Via proyectados en la época del alcalde Celestino Corbacho, exministro, continuados por la alcaldesa actual, Nuria Marín. Podríamos seguir alabando el trabajo de grandes alcaldes de distinto signo político, que los ha habido y muchos. De Bilbao a València; de Vigo a Sevilla; de Zaragoza a Málaga, y el ejemplo, sempiterno, de Vitoria.

Para los próximos años, Madrid ya tiene en marcha la operación Chamartín, en la zona norte, que va a crear un nuevo barrio aledaño a la plaza de Castilla. Otras opciones que barajarán los candidatos de las próximas elecciones será seguir con el soterramiento de la M-30. Y una apuesta, casi utópica, que empieza a mencionarse en algunos cenáculos: soterrar, al menos en parte, el paseo de la Castellana, que se convertiría en un gran paseo.

Ideas estrambóticas

En Barcelona hay un plan para unir finalmente el tranvía de norte a sur de la Diagonal y volverá a hablarse de la necesidad de cubrir partes de las rondas que circulan alrededor de la ciudad para mejorar la vida de los barrios que las rodean. En el menú de ofertas políticas no faltarán las ideas más estrambóticas posibles. Atentos a la nueva moda que está a punto de llegar: subvencionar el uso de la bicicleta, que podría extenderse al patinete. Pregunta: ¿y por qué no subvencionan también a los peatones por andar? Que no se olviden tampoco, para los usuarios de las bicis, favorecer -quizá con beneficios fiscales- la instalación de duchas en los lugares de trabajo. En verano es de agradecer.

En plena revolución energética y de movilidad, todos los partidos políticos venderán sus ideas más sostenibles

Martí Saballs

Todos tenemos una opinión de las obras que realizaríamos en nuestro entorno. Y cada país se debe a su idiosincrasia. En Francia, una nación capaz de tener los lugares más bonitos y los barrios más feos de Europa, los pueblos compiten entre ellos para recibir premios por el número de flores con que adecentan las calles. En Italia no hay dinero suficiente para lograr el mantenimiento adecuado a tanta obra de arte que te encuentras en cada esquina al visitar la mayoría de sus regiones.

La ventaja de la política local es que el contacto de los candidatos con los ciudadanos es más estrecho. No hay una ciudad igual, pero una mayoría de los habitantes apuestan por la eficiencia, el sentido común y el buen gusto. Muchas poblaciones han ido facilitando las encuestas populares y los buzones de recomendaciones para pedir a sus habitantes qué obras deberían ser primordiales. Luego es decisión política determinar las prioridades de acuerdo con el dinero que hay en la caja y posibles financiaciones. En plena transformación energética y revolución de la movilidad, la propaganda para vender proyectos múltiples de emisiones cero se multiplicará. Ojo con las promesas.