CRÍTICA
'Acoso y derribo', de Santos Sanz Villanueva: realismo social, punto y seguido
En este libro, el autor ofrece una de las reflexiones más lúcidas sobre este movimiento literario
El crítico y escritor Santos Sanz Villanueva. / EPE
Alfons Cervera
Arde la juventud, y los arados / peinan las tierras que surcaron antes… Luis de Góngora. Fábula de Polifemo y Galatea.
Si alguien no cuenta lo que pasa, será como si nunca hubiera existido. Esta línea y media sirve para un roto y un descosido. En la literatura y en todo. Aquí hablo -escribo- de literatura. De un asunto que creía enterrado. La escritura del realismo social. Años 50-60 del pasado siglo. En España la cosa está que arde desde hace años. Los clamores del grito republicano andan por el exilio: sobre todo en México. Aquí apenas nada. La sequía. Algunos testimonios encerrados en su propia sombra, en la gestión como se puede del silencio, en esa resistencia a la dictadura que literariamente tiene que hacer virguerías para que la censura no la convierta en un galimatías.
En los 50 y 60 las cosas cambian. Aunque sea un poco. Hay que mojarse. Ya está bien de endulzar el miedo. De ponerle adjetivos que no molesten a quienes gobiernan a puñetazo limpio. Donde hay un puñetazo, que otro le responda. Escritores nacidos pocos años antes de la guerra deciden que la literatura ha de enraizarse en lo que pasa. Nada de escapismos. De dorar la píldora del lenguaje. De escribir para que la escritura se agote en ella misma. La realidad exige que alguien la cuente. Hay que agarrarla y lanzarla a la plaza pública. Que a la paz del franquismo se la despoje de la careta que oculta al monstruo.
Casi toda la literatura de aquellos años se compromete a no mirar para otro lado. La militancia política (sobre todo en el PCE o sus cercanías) y la militancia literaria. No escurrir el bulto. Contar la vida perra de la gente en medio de una mentira que convierte esa vida en un cuento chino como los que nos recordaba León Felipe desde lejos. Nombres punteros: Luis y Juan Goytisolo, Juan Marsé, Juan García Hortelano, José Ángel Valente, Gabiel Celaya, Blas de Otero… Hay que estar, ellos y sus libros. Son tres los jóvenes los más aferrados a ese compromiso: Armando López Salinas, Jesús López Pacheco y Antonio Ferres. Tres novelas, por el mismo orden de autoría: La mina, Central eléctrica y La piqueta. El realismo social está en su apogeo.
Lectura de hace poco: Vivian Gornick: "Quien escribe debe implicarse en el mundo". Pues eso hacían aquellos escritores. También escritoras, aunque permanecieran en el más injusto anonimato: Concha Alós, Dolores Medio, Ángela Figuera Aymerich, Angelina Gatell… Y eso que algunas, como las dos primeras, han ganado el Planeta y el Nadal. Pero, poco a poco, donde decíamos digo empezamos a decir padre me arrepiento de haber pecado escribiendo desde el compromiso político y social…
Y es que los aplausos de antes se convertían en abucheos que sonaban como hachazos. Y lo más curioso: serían los mismos nombres que apuntalaron el realismo comprometido política y socialmente desde el comienzo los que destacarían en su acoso y derribo posteriores. El argumento principal: el discurso político arruinaba la excelencia de la escritura. ¡Venga ya! La fe de los conversos. Aterran los insultos de Valente, uno de esos conversos. Graciosillo él con aquello de que de la poesía social "podría decirse que fue poéticamente mediocre y socialmente ineficaz". Se convirtió en un mantra.
Listo el poeta de los silencios clamorosos. En fin. He leído aquellos libros desde siempre. Sigo admirando a la mayoría de sus autores. Y sigo siendo lector de las tres novelas citadas. Y no solo por su posicionamiento, sino porque me gusta su escritura. Allá cada cual con sus gustos. Si yo sacara aquí esa literatura exquisita que hoy goza de un éxito tremendo entre la crítica y la desmenuzara frase a frase, ¿saben lo que quedaría?: algo parecido al pobre cuerpo del soldado que se inventó Dalton Trumbo en Johnny cogió su fusil.
Todo lo que he escrito hasta aquí, salvo unas cuantas apreciaciones personales, está mucho mejor explicado en Acoso y derribo. Pensamiento literario y disidencia política en la posguerra española, de Santos Sanz Villanueva (Soria, 1948), autor de una larga obra crítica que añade a sus logros más que reconocidos una de las reflexiones más lúcidas sobre el realismo social literario. Y lo mejor: que pone esas reflexiones en las bocas de sus protagonistas: "Sus palabras expresan mejor que nada el recorrido que va de la euforia al abatimiento".
Un abatimiento que no da por definitivo porque han surgido nombres que -con el fondo de un capitalismo cerril que acaba con las esperanzas de la gente- rompen esa otra literatura exquisita que antes les decía. Esa literatura en que "se jalea la inocuidad y el verbalismo, el hermetismo, la experimentación, la literatura pura. Se posterga a los escritores realistas y se estigmatiza a quienes pudieran oler a compromiso".
En ese sentido, apunta nombres como los de Belén Gopegui, Isaac Rosa, Marta Sanz y otros que recuperan aquella idea del compromiso (o de responsabilidad) heredada de quienes escribieron sin renunciar nunca a eso que tienen en común y moralmente indivisible la vida y la escritura: "Cumplido el ciclo histórico del realismo social español volcado en la denuncia del franquismo, el punto de no retorno del movimiento se ha rejuvenecido ante las circunstancias de pobreza y marginación posteriores. No ha habido un punto y final. Nos hallamos ante un punto y seguido". Y tan seguido. Para goce infinito de quienes nunca aceptamos el acoso y mucho menos el derribo de aquellas escrituras.
'Acoso y derribo'
Santos Sanz Villanueva
Punto de Vista Editores
528 páginas. 30 euros
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