He venido a hablar de mi libro: Aneke

Desde el primer momento, todo es nuevo para mí: trabajar con una editorial española y con un guionista que escribe en castellano (yo vengo de publicar mayoritariamente en el mercado americano e inglés); un método de trabajo distinto, más pausado; la adaptación al estilo de otra dibujante, nada más y nada menos que Purita Campos… imagínate el papelón.

Creo que transcurro por todas las etapas que experimenta una artista cuando se enfrenta a algo que considera totalmente ajeno e inalcanzable: la negación, la aceptación inconsciente, la inseguridad, la disociación, el impulso de algo nuevo y excitante, la visualización de lo que podría ser, la aceptación de lo que será, el sentirse impostora, etcétera. Con el tiempo, que se desliza impasible, el día a día del trabajo va formando el cuerpo de la historia y todos esos pensamientos, ya enquistados, van mutando y se hacen menos invasivos. Una se permite seguir adelante, con un poco de irracionalidad ciega, que es lo que ayuda.

Trabajar con Carlos Portela es clave para llegar a buen puerto. Tenemos un humor parecido, y visiones y valores de vida semejantes; me ayuda y me da mi espacio y mi tiempo para hacerme con el personaje (cosa difícil) y a la vez es claro y conciso con lo que quiere transmitir. Él suele decir que solo trabaja con gente que le gusta o le cae bien, porque los cómics son su parcela de placer. Le entiendo y a la vez le envidio porque no es de donde yo vengo y sí adonde quiero llegar. El resto son días de trabajo, pocos emails y muchas llamadas, se llenan mis horas de páginas con más viñetas de lo que estoy acostumbrada, de un estilo en la imagen que quiero implementar, de ideas, de composición narrativa, escenas posibles, elección de brushes, colores, texturas. Carlos me hace partícipe de algunas decisiones sobre los personajes y la historia, cosa que se agradece porque una se involucre más, dejando un poquito de sí en el proyecto. Más sustrato para la mezcla.

Sucede que, según voy acabando páginas, el estilo se asienta y mi cerebro sabe que hay que volver atrás en algún momento, para retocar ciertos detalles de viñetas anteriores. Es lo que pasa, que nunca se deja de mejorar, aunque parezca imperceptible; los dibujantes crecemos con cada trazo, si nuestro cuerpo y mente nos lo permiten, claro. Y conforme va llegando el final, crece la impaciencia, quizá son las ganas de ver la obra acabada. Es ese momento en que sabes que queda poco e intentas reservar las energías para el esprint final, aunque siempre se me ha dado mal esa parte de la carrera. Como puedo, llego y lo celebro, ha pasado mucho tiempo y ya me quedo con mucho del mundo de Esther. Me alegra haber sido parte del camino recorrido por este genial personaje, no puedo evitar cogerle cariño.

Me apaciguo pensando que he hecho lo que mejor he podido y sabido. Mis metas son claras: respetar el legado de Purita, acompañar mi estilo con el suyo, sobre todo su estilo de dibujo más posterior, porque no era la misma en los 70 que en sus nuevas aventuras, y quiero seguir su estela, transitar el personaje adulto con los ojos del ahora.

Tras los últimos retoques, solo queda dejar ir. Esperar que llegue donde tiene que llegar, y a quien tiene que llegar, eso es lo mejor de todo. En mi cabeza materializo una bebida calentita, el libro abierto y esa persona con sonrisa silenciosa, viviendo la frustración de Doreen, la efusividad de Rita, la confusión eterna de Esther, el crecimiento personal de Juanito.

Espero que este libro que hemos trabajado con tanto cariño encuentre a sus lectoras y lectores y tome forma en las mentes y corazones de las y los que aman el mundo de Esther. A mí ya me ha transformado.