CRÍTICA
'El rostro y sus máscaras', de Mario Satz: extraños que hay en ti
Este ensayo es una absorbente investigación que toma la faz como un principio de identidad
Mario Staz, autor de 'El rostor y sus máscaras'. / Marc Martí.
Lorenzo Luengo
Más allá de la biografía personal que veía en nuestro rostro el fisonomista Hervé d’Olivet, esa "historia en líneas, arrugas y rictus" que presentamos al mundo oculta el misterio de una compleja construcción. La boca primitiva que aparece a las cuatro semanas de gestación es el primer anuncio de lo que más tarde se revelará como un pasaporte a la felicidad o la desdicha, a la simpatía de nuestros semejantes o a su desconcierto, y el salvoconducto sobre el que las experiencias a este lado del vientre materno irán imprimiendo su sello.
Sin embargo, sobre las facciones que se fueron moldeando en ese espacio seguro donde el ser aún no estaba obligado a la identidad, la vida impondrá algo más que ninguna genética –al menos que sepamos– había podido programar. El rictus es esa huella por encima de las facciones heredadas que delata nuestro fondo de experiencias, el dominio de un carácter determinado por las circunstancias (un rasgo psíquico) sobre el acervo de situaciones que el roce con la existencia nos obliga a confrontar.
El tiempo viste al rostro con su propia máscara. El semblante troppo vero de Inocencio X no es auténtico solo por la facilidad con que Velázquez moldeó sus rasgos, sino también por la integración sobre ellos de un complejo fondo psicológico que aún hoy nos muestran a un hombre imbuido de un inmenso poder y patológicamente desconfiado. Esa máscara también puede ser forzada, un revestimiento que la astucia, la falsedad o el mero interés personal –basta pensar en el simpático Ted Bundy, cuya expresión cambiaba en un instante por obra de una mirada glacial– llevan al rostro para permitir un acceso a un mundo de experiencias que de otro modo le estaría vedado.
El paradigma del rostro
Richard Mansfield y John Barrymore, que interpretaron al doctor Jekyll con casi medio siglo de diferencia, en su condición de médico benévolo y en la de su diabólico sosias, encarnan el paradigma del rostro como máscara en su condición más extrema: ambos conseguían una asombrosa alteración de las facciones –de la normalidad a la monstruosidad– que, al menos en Mansfield, provocaba estampidas, sobre todo cuando el año (1888) y la ciudad (Londres) ya tenían a su propio monstruo, un ser que asesinaba prostitutas tras una careta humana.
El rostro y sus máscaras, de Mario Satz (Coronel Pringles, 1944), es una absorbente investigación que toma el rostro como un principio de identidad, sujeto a todas las fantasmagorías de la máscara personal (la experiencia como reinventora de facciones, o el interés como su falsificadora) y a una historia, todavía más misteriosa, rica y compleja, que recorre el extenso gabinete de las máscaras concebidas por el hombre.
Así, máscaras chinas, egipcias o precolombinas, máscaras de Carnaval o de rituales perdidos y casi olvidados se suceden como un repertorio de terribles maravillas en las que el hombre encontró un día una manera nueva de enfrentarse a otros hombres, a las bestias o los dioses ante los que no era posible mostrarse con la cara descubierta.
"Las máscaras nunca duermen –dice– solo descansan hasta la siguiente ocasión". De frases inquietantes como esta está repleto un libro de apasionante erudición. Me quedo, no obstante, con una idea que planea vertiginosamente sobre la obra, y, por supuesto, mucho más allá: si la máscara oculta nuestro rostro, ¿de qué rostro es máscara el cielo? (O dicho de otro modo: "¿Por qué no iban a ser las máscaras los planetas que giran alrededor del rostro humano?»).
'El rostro y sus máscaras. Variaciones y constancias'
Mario Satz
Acantilado
208 páginas
14 euros
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