REPORTAJE
El regreso más inesperado de Raffaella Carrà
La artista que conquistó España e Italia a través del televisor vuelve con la misma fuerza que la caracterizó en vida con una biografía, un ensayo dedicado a su figura y una obra de teatro con sus canciones como banda sonora
La artista italiana Rafaella Carrà / EPE
Anna Maria Iglesia
“Raffaella era transversal, como mamá…”, comenta Diana, una de las dos protagonistas de Esta sí tenemos que bailarla, la última pieza de teatro del dramaturgo y novelista Nando López. Diana está preparando el funeral de su madre o, mejor dicho, la fiesta, tal y como le gustaba llamar a la anciana su última despedida, y la música de la Carrà será la banda sonora: “Yo empezaría por Rumore, que era su favorita. Y luego, pues el resto. La gente que venga se las va a saber todas”. Y no se equivoca Diana porque, efectivamente, no hay nadie que no conozca por lo menos alguna canción de Raffaella Carrà, que no haya tarareado sus melodías o que no haya bailado con su ritmo. Porque, como dice el título de la biografía que firma Pedro Ángel Sánchez, Nada es eterno salvo la Carrà. Pero ¿qué es lo que la hace eterna?
Era 1992, cuando Raffaella Carrà publicó Las recetas de Raffaella. Por entonces, ella triunfaba en Radio Televisión Española con ¡Hola, Raffaella!, un programa dirigido por su coreógrafo, realizador y pareja Sergio Japino y que estaría en antena a lo largo de dos años, hasta 1994, convirtiéndose desde sus primeras emisiones en líder de audiencia. Aprovechando su éxito televisivo, se decidió publicar en castellano un libro que ya había cosechado unas elevadísimas ventas en Italia y en el que la presentadora reunía, tal y como cuenta Pedro Ángel Sánchez, “platos que la cantante había estado elaborando durante un año con sus dos cocineras: Miriam y Luigina”. Recetas como la Sopa de Raffaella o los Strozzapretri estilo Carrà convirtieron el libro en uno de los más vendidos. De hecho, tal y como recuerda Sánchez, según los datos ofrecidos por la empresa CISE, entre febrero y septiembre de 1993, Antonio Gala encabezaba la lista de los más vendidos con La pasión turca y El águila bicéfala, pero muy de cerca, compitiendo por alcanzar el podio, estaba la Carrà con sus recetas, que, en menos de un año, habían alcanzado los 200.000 ejemplares vendidos.
Carrà no volvería a publicar ningún otro libro. Sin embargo, no desaparecería de las librerías, más bien todo lo contrario. Con el inicio de la década de los 2000, las librerías italianas comenzaron a llenarse paulatinamente de libros dedicados a la figura de Raffaella Carrà; algunos eran biografías no siempre autorizadas, otros eran ensayos acerca del fenómeno televisivo y musical que fue Carrà; títulos como Raffaella Carrà. Tra moda e mito se interesaban sobre la imagen de la Carrà analizando la importancia de la moda en la construcción de su figura.
Interés editorial
Pero el interés no se paró ahí; en 2020, la película de Nacho Álvarez Explota, explota recurría a las canciones de la Carrà para narrar la historia de una joven bailarina que quiere triunfar en el Madrid de los setenta. El año pasado, Blackie Books traducía al castellano El arte de ser Raffaella Carrà del italiano Paolo Armello y Dos Bigotes publicaba la obra de teatro de Nando López donde las canciones de la italiana funcionan como banda sonora.
Hace apenas unas semanas, esta misma editorial de Madrid, publicaba la biografía escrita por Sánchez y el artista Antonio de Felipe la convertía en musa para algunos de sus nuevos retratos. Todo apunta a que, tanto aquí como en Italia, seguirán apareciendo nuevos títulos que no solo exploren, desde el ensayo, la biografía o el reporterismo, la figura de Raffaella Carrà, sino que conviertan a la artista de Boloña en fuente de inspiración para creaciones de ficción.
“Aunque casi nunca fuera divisiva, sus acciones marcaron un antes y un después; hubo una vida a.C. y una vida d.C., antes y después de Carrà, tanto en Italia como en España. Esa libertad no se prodigaba en ninguno de los dos países, moralmente rígidos y reticentes a la hora de apostar por personalidades y talentos de este tipo”, escribe Armelli. Sin embargo, “los patrones preestablecidos y preconcebidos saltaban por los aires cuando, con sus bailes y su vestuario, ofrecía al público un abanico de estilos y de estéticas recogidos por todo el mundo”, prosigue el autor italiano, para el cual la revolución de Carrà fue “gradual, invisible. Nadie se daba cuenta, pero todos vivían sus efectos”.
Nadie se daba cuenta, porque Carrà la revolución la hizo sin hacerla, la hizo sin eslóganes, ni discursos propagandísticos ni proclamas. Si la Carrà pudo poner patas arriba los patrones sociales y morales asumidos por toda una sociedad no fue únicamente por las letras de sus canciones, por sus bailes o su estética, sino, sobre todo, porque ante el público Carrà siempre se presentó como una más, como una de ellos.
“La televisión presenta al hombre absolutamente medio como el ideal. En el teatro, Juliette Greco aparece en escena e inmediatamente crea un mito y establece un culto; Josephine Baker desata rituales idólatras y nombra una época. El rostro mágico de Juliette Greco aparece varias veces en la televisión y, sin embargo, el mito ni siquiera nace; el ídolo no es ella, sino el presentador, y entre los locutores el más querido y famoso será el que mejor represente las características del hombre medio”, escribió Umberto Eco en el capítulo que le dedicó al famoso presentador Mike Buongiorno en Diario mínimo, texto publicado en 1963.
Si bien el análisis que hace Eco de la figura de Buongiorno no es en absoluto trasladable a la Carrà, sí es cierto que estas palabras, escritas cinco años antes de que la intérprete de Rumore se diera a conocer en televisión, explican ese éxito y esa pregnancia en la sociedad que no tardará en conseguir. Ella fue la Carrà y, al mismo tiempo, fue Raffaella. Fue la cantante que rompía con todos los tabús y fue la mujer cercana, la que traspasaba las pantallas y conquistaba, incluso, al público infantil.
Doble naturaleza
Esta doble naturaleza la acompañó desde el inicio de su carrera, desde Canzonissima: en ese mismo plató, protagonizaba sketches cómicos con Topo Gigio, con quien cantaba la canción infantil Strapazzami di coccole, a la vez que estrenaba Tuca-Tuca, provocando un escándalo a nivel nacional. El Vaticano, cuenta Pedro Ángel Sánchez, “puso el grito en el cielo y dijo que aquello era ‘troppo forte, troppo forte’” y tachó de inmoral una coreografía que, sin embargo, los niños replicaban durante las horas del patio. “Enzo Paolo Turchi, primer bailarín de su cuerpo de baile recorría con sus manos la fisionomía de Raffaella de arriba abajo, siguiendo un orden muy concreto: ‘rodilla-rodilla’, ‘cadera-cadera’, ‘hombro-hombro’ y finalmente ‘cabeza’. Carrà le daba el relevo haciendo exactamente lo mismo sobre el cuerpo de Turchi”. Así describe Sánchez la coreografía de aquella canción que escandalizó al Vaticano, provocó algo de revuelo dentro de la RAI y entusiasmó a una sociedad, la italiana, que encontró, como lo encontraría poco tiempo después la española, en la Carrà alguien que les ofrecía diversión y libertad, alguien que les hablaba sin tabúes.
“Él era un chico de cabellos de oro/Yo le quería casi con locura/ Le fui tan fiel como a nadie he sido/ Y jamás supe qué le ha sucedido”, dicen las letras de Luca, canción en la que, en una Italia donde la homosexualidad todavía era un tabú, Carrà hablaba de un joven gay que no se escondía y paseaba “abrazado” a otro chico. Si Santo, santo habla de la insatisfacción de una mujer cuyo marido “a la hora de amar, se duerme”, si Caliente, Caliente es una canción sobre el deseo femenino –“Hace tiempo que mi cuerpo /anda loco, anda suelto y no lo puedo frenar/ ah ah ah ah, y no lo puedo frenar/ Por las noches me despierto/ abrazada a la almohada y con deseos de amar”-, en Qué dolor la infidelidad del marido no se afronta con dolor o pesar, sino que se convierte en una forma de liberación: “Desde ese día (…) Regresa tarde cuando le viene en gana/ Desde esa tarde que estaba tan mal /Y su marido le quiso engañar”.
Mujer empoderada
Carrà representó a la mujer empoderada, en sus canciones, pero también en sus programas de televisión: cuando se vio en vuelta en la polémica por su aumento de suelo, no dudó en reivindicarse como una mujer trabajadora, subrayando el machismo de la polémica, que, de haber sido ella hombre, afirmó Carrà, no se hubiera producido. “Hago todo desde la legalidad, pagando desde le primero hasta el último centavo de mis impuestos”, afirmó por entonces Carrà, que nunca escondió su tendencia política –“voto comunista”– y a la que nunca le gustó alardear de su extraordinaria generosidad. En programas como ¡Hola Raffaella! o A las 8 con Raffaella, apunta Sánchez, “dio voz a muchas personas que en ese momento se encontraban pasando necesidades, invitados a los que brindaba su espacio para contar su difícil situación y pedir ayuda a través de la pantalla. Pues bien, prácticamente todas las personas que por allí pasaron con penurias económicas se fueron de aquel plató con un sobre con dinero. Pero no con dinero de las arcas de TVE, sino del propio bolsillo de Raffaella”.
Carácter extraordinario
Desde sus primeras apariciones en televisión en 1968 hasta las últimas, la italiana demostró que no le interesaba ser la estrella inalcanzable. No le gustaban las masas, sobre todo tras lo vivido en su gira por Latinoamérica en los primeros años de los 70. Le gustaba el público, pero no para ser admirada desde el fanatismo, sino para mezclarse con él. Fue capaz de entrevistar a estrellas de Hollywood, políticos y famosos de todo tipo y, a la vez, sentarse y escuchar las historias de la gente común, que encontró en ella una interlocutora.
Es aquí donde radica el carácter extraordinario de la Carrà. No quiso que la llamaran ni estrella ni reina -siempre reivindicó el papel de su equipo, el trabajo colectivo- y no se mostró como tal. No adoctrinó ni se hizo propaganda, pero tampoco ocultó sus principios. “De vez en cuando bromeaba diciendo que estaba dividida en dos: la Carrà del mundo del espectáculo y la Pelloni de la vida privada. He conocido a ambas, pero nunca he encontrado un contraste, una contradicción entre las dos”, afirmó su pareja Sergio Japino.
Sabía que el medio era el mensaje y, por tanto, que el espectáculo y la imagen lo eran todo, pero también que el medio y el mensaje no se sostienen sin una persona real, auténtica, detrás. En otras palabras, sabía que era necesario ser la Carrà, pero también Raffaella, siendo siempre y, ante todo, la Pelloni.
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