CRÍTICA
'La exégesis de Philip K. Dick': mística de los jardines peligrosos
Esta obra recoge más de un millar de páginas de los diarios más personales y alucinatorios del autor
El escritor Philip K. Dick / EPE
Lorenzo Luengo
La versión resumida de la historia es como sigue: Philip K. Dick (Chicago, 1928-Santa Ana, 1982), escritor de novelas de ciencia ficción, abrió la puerta de su casa, recogió un paquetito medicinal de manos de una joven y entonces un rayo rosado le impactó en la frente. Quedó aturdido, pero de pronto lo entendió todo: el mundo en el que vivimos no es real, todos somos reproducciones inconscientes de un archivo ejecutado mucho antes de nuestro nacimiento y por encima de nosotros gravita un complejo sistema organizado que lo cohesiona todo pero cada vez más sujeto a peligrosas fugas de información.
Llamó Valis a ese sistema y, espoleado por las anfetaminas, trató de desentrañar la naturaleza de esa realidad más profunda que místicos y artistas habían medido durante siglos con sus palos de ciego. Levantó en derredor una muralla de óperas y composiciones renacentistas, y durante años se dedicó a buscar la salida de su laberinto. Comenzó a localizar claves ocultas en sus libros, pero también en obras clásicas y religiones desaparecidas, en los dichos aceptados y en los dudosos apocrypha de tantos mesías –y antimesías– del pasado. Trabajaba día y noche, y su corazón, tocado por años de abusos, se resintió. Murió ocho años después, sin que el millón de palabras que escribió, la mayoría a mano, hubieran servido para picar siquiera la corteza.
Cercanía sensorial
No fue el único tocado por el rayo, pero sí el que más cerca estuvo de aclarar lo que oculta ese velo sobre el que nuestras vidas se proyectan como sombras pintadas. Una cercanía sensorial, de una extrañeza que, por momentos, nos traslada a un misterioso lugar abigarrado de pinturas rupestres y nerviosas ecuaciones en el que sentimos que ya hemos estado. Su tarea supuso la reconstrucción de una suerte de teosofía terminal, un trabajo de marquetería sincrética donde las divinidades del pasado adoptan un habla metalizada y rostros herméticos, como de dioses de ciencia ficción, y cuyo idioma es una mezcla de dialectos babilónicos y de estelas trazadas por los transbordadores espaciales.
Hace ya 20 años, Pamela Jackson y Jonathan Lethem decidieron que había llegado el momento de dar a conocer ese idioma al mundo. No creo que supieran bien en dónde se metían, pero además se toparon con una dificultad inesperada: la caligrafía medio drogada de Dick. Lo sé bien porque durante varios meses estuve pasando a limpio algunos de los visionarios textos que no aparecen aquí y que aguardan todavía un nuevo tomo. De mi experiencia entonces y de la lectura de La exégesis solo puedo decir una cosa: entrar como un curioso es descubrir los jardines que se extienden por detrás de las ideas arriesgadas, correr una aventura peligrosa, pero quedarse sentado sin correr ese peligro es peor.
Es posible que el mundo parezca demasiado estable y que la mirada sin anclajes del artista suponga una variable sin control, un glitch que abre fracturas en ese sistema cerrado. Si es así, este libro podría considerarse una experiencia in vitro del proceso ejecutivo de una de esas variables o una cerilla prendida en el velo tembloroso de nuestra (sedicente) realidad. Una experiencia única y el ejemplo de una mística nacida en el siglo de los cultos cibernéticos que enlaza con Emanuel Swedenborg y Jacob Böhme. Aviso para atrevidos: la llamita quema siempre, pero arderá tanto como estemos dispuestos a soplar.
'La exégesis de Philip K. Dick'
Edición de Pamela Jackson y Jonathan Lethem
Traducción de Juan Pascual Martínez Fernández
Minotauro
1.192 páginas
75 euros
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