Cormac McCarthy, literatura a fuego lento

Hacía mucho tiempo que no percibía tanto dolor del mundo literario ante la muerte de un escritor. El fallecimiento de Cormac McCarthy (Providence, 1933) -puede que porque no hiciera mucho de la publicación de su última novela, novela en dos, El pasajero/Stella Maris, y eso devuelve a los autores a una realidad que siempre existe- ha supuesto un shock.

Resulta curioso en un autor que no concedió casi entrevistas, muy pocas, si lo comparamos con la importancia de su obra en la literatura estadounidense y universal. La carretera y Meridiano de sangre -para Harold Bloom, con su canon, esta fue una de las mejores novelas de la segunda mitad del siglo XX- son demostración de lo que estamos contando.

Probablemente lo que más llamó la atención a la profesión literaria en general, además de sus obras, fue esa predisposición para vivir en la austeridad que la literatura reclama. En definitiva, un escritor no deja de ser un papel secante de la sociedad. A través de la percepción de su mirada se sella aquello que lo envuelve.

Ligero de equipaje, siempre de camino y con los ojos preparados para que una historia pueda comenzar a rodar en su cabeza, como le ocurrió en El Paso, Texas (ya es coincidencia), en un motel donde estaba con su hijo. Allí tuvo su génesis La carretera, una novela apocalíptica, pero que como le confesó McCarthy a la popular presentadora Oprah Winfrey en la primera entrevista que concedió a una televisión en 2007 "era una historia de padres e hijos", recordaba Laura Fernández en un artículo hace solo medio año.

La identificación del autor con el sector literario viene de esa honestidad. No era muy prolífico en entrevistas. En fiestas. Una aureola no ficticia, sin poses. Literatura sin excesos de promoción, forjada a fuego muy lento, desde su primera obra en el año 1965 con El guardián del vergel. A la tele fue en 2007. Ya está todo dicho.