MANO DE PÁGINA

Contrabando de verso y prosa

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Se cumplen cien años del nacimiento y diez de la desaparición de Álvaro Mutis, creador de Maqroll el Gaviero

El escritor, premio Cervantes, Álvaro Mutis / AFP

Nunca he conocido a un poeta tan poco parecido a lo que cabe esperar de la presencia de un poeta -y menos aún siendo autor de unos versos tan dramáticos como los suyos- como este Álvaro Mutis (Bogotá, 1923 - México DF, 2013), de cuyo nacimiento se cumplirán cien años este verano, y, a unas semanas de distancia, diez de su desaparición.

Esbelto, rebosante de una simpatía de veras carismática y ataviado como un lord inglés, el autor de Summa de Maqroll el Gaviero era capaz de exponer los argumentos más severos sobre la condición humana, o de glosar sus propios versos, tan sombríos, ya digo -que hablan de la derrota del hombre, anticipada y sin remedio-, muerto de la risa.

Chocaba, en efecto, que su empática sonrisa contagiosa, hasta la carcajada limpia, muy franca, mientras abría su fauce de tigre de Bengala, le sirviera para remarcar su escepticismo radical. “Me han ofrecido varias veces importantes cargos públicos, pero sistemáticamente los he rechazado”, me revelaba, por ejemplo. “Porque la política me parece una de las formas más directas de la superficialidad, y, desde luego, una engañifa en su promesa de redención colectiva. Aunque quisiéramos no reconocerlo, el hombre es fatalmente un ser individual”.

Cómo puede ser usted tan alegre con una poesía tan tiznada -le preguntaba. “Precisamente, por eso mismo. La vida es tan fatídica y efímera que no se puede desperdiciar en lamentos”, reía.

Para agasajarle por su premio Cervantes, en 2001, su compatriota, vecino de exilio en el DF y compinche del alma Gabriel García Márquez destacó que Álvaro Mutis le había dado 17 veces la vuelta al mundo sin que el carácter le hubiese cambiado un ápice. Y es fama que, al igual que hiciera con él Luis Buñuel, cuando, a su llegada a DF, le presentó una carta de recomendación de un conocido colombiano del cineasta, y éste lo colocó en una agencia de publicidad, Álvaro Mutis mantuvo una extraordinaria generosidad y bonhomía para con sus paisanos, profesores e intelectuales de todo signo, trasterrados a México en oleadas, con las puertas de su casa siempre abiertas, y preocupado en encontrarles empleo.

Su portentosa y envolvente voz metálica, que le sirvió para iniciarse como locutor radiofónico, le hizo recalar en el doblaje, y de él es la voz en castellano, por ejemplo, del protagonista de la legendaria serie televisiva Los intocables. Luego fue relaciones públicas de una compañía aérea y gerente de dos importantes cadenas cinematográficas.

Pero de nada de esto estaríamos hablando si no existiese su aventurero y hondo personaje Maqroll el Gaviero. Así como Gabo forjó con Macondo un territorio mítico, Mutis optó por darle vida a un único y desarraigado personaje, que aparece ya en sus primeros poemarios, La balanza (1948) y Los elementos del desastre (1953), y que, tras recorrer casi toda su obra poética, quedó catapultado en la saga de libros de narrativa que escribió en su madurez, cuando era ya más que quincuagenario.

Navegante

Ese marino errabundo, "estoico en el pensar y hedonista en el vivir", se convirtió en su mejor alter ego. Navega por puertos y ciudades de Asia, Europa y El Caribe que el propio Mutis llegó a conocer. Pero el Gaviero le permitió contrastar, sobre todo, su más frecuentada y primordial singladura, entre los cafetales de la finca familiar en el corazón de Colombia y las larguísimas travesías de ida y vuelta por mar hacia Europa, a causa del destino diplomático de su padre en Bruselas.

Y el resultado es un mar de café, con sus grumos y sus brumas, perceptible en los recurrentes "nocturnos" de sus poemas. De raíz simbolista y, a la vez, realista, clasicista y narrativo, se consideraba esencialmente un poeta, cuyas narraciones son sólo, señalaba, "acotaciones y apostillas a mis versos". Contrabandista, acaso, entre ambos géneros, en realidad, no hacía distingos, pues creía que la poesía debe acompañar a la prosa como a la fruta el hueso.

Decía compartir con su personaje dos aspectos fundamentales: la necesidad de aceptar el destino y su absoluta indulgencia. Todo lo explicaba, como digo, con su abierta fauce risueña de tigre de Bengala; de ese modo conseguía amortiguar sus drásticas conclusiones. “La literatura debe tener un valor extemporáneo, susceptible de producir una emoción en su pasado y su futuro”, señalaba. “Yo persigo la máxima de Rilke: Escribe sólo si el no escribir te causara la muerte”.

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