'Historia argentina'

He venido a hablar de mi libro: Rodrigo Fresán

El escritor Rodrigo Fresán / EPC

Hablar y escribir acerca de algo que uno ha tecleado tiene el ambiguo encanto de bailar con la propia hermana: se la quiere, pero no deja de ser alguien a quien se conoce demasiado. Sí: la paradoja de una relación muy íntima a la vez que con inevitables límites. Invitado a ello, mejor elegir bailar con la hermana mayor: la inicial e iniciática.

Mi primer libro apareció en 1991 y se llamó Historia argentina. Ahí está y ahí sigue bailando. Y fue escrito contra mi entonces resistencia a escribir algo nacional. De ahí que me propusiera escribir un libro «asquerosamente argentino», pero aplicándole lo mucho que había aprendido y disfrutado de la literatura en inglés. La idea fue obligarme a tratar inevitables temas patrios y muy cercanos, pero contemplados desde la más extraterrestre de las distancias.

La estructura de Historia argentina se corresponde con los dos principales rasgos de la escritura del país: el cuento como género rey en un paisaje en el que sus más grandes novelas optan siempre por lo fragmentario y por lo atomizado y por el retrato del momento exacto de la explosión de un país que se la pasa empezando y terminando para volver a contar la impotencia de nunca poder ser narrado del todo.

Historia argentina tuvo éxito de crítica, vendió mucho más de lo que cabía esperarse, y me postuló como joven autor (de)generacional. Algunos aún no me perdonan su tono irreverente para con ciertos espantos que supimos conseguir. Tono que yo había aprendido de héroes como Kurt Vonnegut y Joseph Heller y Bruce Jay Friedman o de J. P. Donleavy espolvoreados con epifanías marca Salinger. El espíritu/espectro de Historia argentina fue ampliado años más tarde, en 1995, en Esperanto: otra dosis de asquerosa argentinidad que vendría a ser su contraparte en álbum conceptual/ópera rock o algo así.

Longitudes y latitudes

Treinta y un años después de Historia argentina, me complace seguir reconociéndome en esas páginas y no tener que renegar de ellas sino sentir que allí está todo comprimido, como en un Big Bang, lo que a continuación se expandiría hacia otras historias y longitudes y latitudes. Hubo algún retoque, el añadido bonus-track en 2009 de un relato que muchos me reclamaban (sobre fútbol, pasión que nunca me interesó) e Historia argentina viajó a lo largo de todo este tiempo por las editoriales Planeta, Anagrama y Tusquets hasta arribar a su última encarnación en el recientemente rebautizado Random House, con diseño de portada de mi hijo Daniel.

En libros posteriores, mi «hoy inexistente país de origen», como se repite una y otra vez en Historia argentina, pasó a un segundo plano pero, de un modo u otro, siempre siguió estando allí, como al acecho y sonriendo en lo alto como aquel Gato de Cheshire. Y, cuando ya pensaba que difícilmente volvería a viajar de regreso allí, el pasado y caluroso agosto me senté a empezar y a terminar una novela que regresa allí: a todo eso, al sitio donde comenzó todo y comencé yo. Un amigo que la leyó me dijo que le recordaba mucho a ya saben qué, a ya imaginan cuál.

En algún momento me pregunté si no debería volver a leer Historia argentina mientras escribía este nuevo libro. «Mejor no», me respondí. Y seguí escribiendo.